Los años en el Neuhof
1769-1798
Pestalozzi y la Revolución
Con el ataque del pueblo a un almacén de armas y los acontecimientos revolucionarios que lo siguieron, se hundió en París en 1789 la Francia absolutista, mientras que Pestalozzi todavía intentaba salvar “el absolutismo puro” por medio de sus obras y con su intento de conseguir un empleo al servicio de un Gobierno progresista (p.ej., junto al Emperador austríaco en Viena). Así puede sorprender – visto desde fuera – que el 26 de agosto 1792 como único suizo fuera nombrado ciudadano de honor de Francia por la Asamblea Nacional Francesa, junto con otras 16 personalidades importantes de Europa. No cabe duda de que muchos objetivos de la Revolución Francesa coincidían con los ideales de Pestalozzi, como, p.ej., sus ideas en el ámbito de la libertad de comercio y de industria, de la libertad de prensa y de religión, de la abolición de contribuciones injustas, de la ley de impuestos y de la mejora de la educación del pueblo. Hay, sin embargo, diferencias claras: Pestalozzi nunca valoraba especialmente el ideal de la igualdad exterior, y el concepto de la libertad como libertinaje absoluto, de moda a la sazón, estaba en contraste con su concepto diferenciado de libertad.
La ruptura de las relaciones de Pestalozzi con Viena y su nombramiento como ciudadano de honor francés, ocurridos casi al mismo tiempo, tal vez contribuyeron a que Pestalozzi interiormente abandonara el ideal de la aristocracia, haciéndose cada vez más amigo del pensamiento democrático y simpatizando cada vez más con Francia. Su juicio sobre los acontecimientos en Francia y sobre la cuestión de si la Revolución era deseable o no, siguió, sin embargo, siempre diferenciado: Por una parte apoyaba a los revolucionarios en su causa, mas, por otra, condenaba el derramamiento de sangre para la imposición de un nuevo orden, es más, la furia sangrienta de la Revolución Francesa entre 1792 y 1794 le asustó en lo más hondo y le repugnaba.
Para Pestalozzi el nombramiento como ciudadano de honor francés fue el motivo para exponer por escrito su toma de postura frente a la Revolución. Así se produjo su escrito revolucionario extremadamente interestante “Ja oder Nein?” (¿Sí o No?), que, sin embargo, no pudo hacer imprimir. En su escrito, Pestalozzi se declara como “parcial para el pueblo”. (PSW 10, pg. 142) Esto no le impide, sin embargo, juzgar muy diferenciadamente los objetivos y las manifestaciones de la Revolución. Por una parte, defiende en principio las ideas de la Revolución, mas, por otra, está horrorizado por la sed de sangre de los revolucionarios y condena claramente su exceso y violencia – por más que puede comprenderlos y hasta reconoce que son inevitables. Pero de manera aún más clara condena el despotismo y el absolutismo de la alta aristocracia europea – especialmente de Francia – que considera ser la causa efectiva de la Revolución y de las atrocidades que la acompañan. El principal responsable de la miseria del pueblo y el derramamiento de sangre causado por ella es, según su opinión, Luis XVI, que durante el largo tiempo de su gobierno aniquiló arbitrariamente los derechos y con ello el equilibrio de las clases haciendo a todos los hombres iguales, es decir, igualmente malos. Si, por lo tanto, los críticos de la Revolución se escandalizaban de la ideología de la igualdad, Pestalozzi les contesta que los revolucionarios no hacen más que acabar lo que el absolutismo fundamentó.
La Revolución Francesa dejó caer su sombra también sobre Suiza, en cuanto animó a las clases de población discriminadas a reclamar sus pretensiones. Así sucedió, p.ej., en el pueblo de Stäfa, dominado por la ciudad de Zurich. La naciente industria textil había hecho bastante adinerados a muchos habitantes, pero no disfrutaban de ningún derecho político. Reclamaron, pues, sus pretensiones en un manifiesto formulado en un tono muy moderado y sumiso. En primer lugar exigían una Constitución que garantizara derechos políticos no sólo a los ciudadanos urbanos, sino también a los habitantes del campo. Después exigieron libertad de comercio y de industria, además el derecho de la población rural a frecuentar escuelas superiores, para poder llegar a ser maestro y párroco, pero también el derecho a poder subir al rango de oficial en el ejército, como los ciudadanos urbanos; además exigieron un sistema de impuestos justo, porque solamente los campesinos estaban obligados – un residuo del feudalismo – a contribuciones las más diversas y agobiantes, mientras que los comerciantes, los industriales y los habitantes de la ciudad no pagaban impuestos. Finalmente le recordaron al Gobierno los antiguos derechos y libertades de los ayuntamientos que la ciudad en el transcurso del tiempo les había robado y escatimado.
La ciudad reaccionó de manera dura a este escrito: Efectuó detenciones y pronunció sentencias de destierro. En esta situación, Pestalozzi se hizo abogado del pueblo redactando sus ideas en tres escritos que quiso presentar a unos ciudadanos urbanos de mucha influencia. En un documento público pidió comprensión para ambas partes, sin ocultar, sin embargo, que su corazón estaba de parte de la población rural. Se dirigió al Gobierno en los siguientes términos:
“La auténtica virtud de ciudadano se halla tan lejos del espíritu de esclavitud como del espíritu brutal de la rebelión, y la patria puede perecer tanto por vileza adulada, como por desenfreno desatado. El peligro del momento es grande, pero el peligro del futuro es inmensamente superior. Estoy convencido de que la patria sólo se salva respetando los sentimientos del pueblo.” (PSW 10, pg. 294)
Pero, antes de que se imprimiera su escrito, el 5 de julio 1795, la ciudad ocupó el pueblo de Stäfa, totalmente sorprendido, con 2000 soldados. De nuevo hubó castigos duros y amenazaban sentencias de muerte. Pestalozzi, sin embargo, no cedió y llamó a ambas partes a la reflexión. Como mediador perseguía objetivos claros: Por una parte, los habitantes del campo discriminados tenían que obtener por fin sus derechos, por otra, sin embargo, quería evitar toda forma de derramamiento de sangre – no sólo las sentencias de muerte, sino también la rebelión violenta del pueblo rural. Bien es verdad que Pestalozzi no se encontraba solo para llamar a la moderación; su amigo de la infancia, el pastor del “Fraumünster” (Iglesia de Nuestra Señora), Johann Kaspar Lavater, también aconsejó serenidad. De esta manera, al menos, no hubo ni las temidas sentencias de muerte, ni derramamiento de sangre alguno. Pero las penas de prisión y de multas pesaban gravemente sobre los 260 condenados.
Mientras tanto, Francia se había enredado en guerras con casi todos los vecinos, decidida a llevar la Revolución a la mitad del mundo. Ya un año después de los acontecimientos de Stäfa, Napoleón hizo hablar de sí como general victorioso en Italia y cuando, un año más tarde, viajaba por Suiza, fue aplaudido en varios sitios con cañonazos, banderas de honor, hermosos discursos y canciones fervientes. Los amigos de la Revolución le animaron a invadir también Suiza para imponer el nuevo orden por la fuerza.
En esta situación, cuando al interior amenazaba la guerra civil y desde fuera la invasión de tropas francesas, la política de Pestalozzi tendía a evitar los dos males. Vio, sin embargo, muy claro que un cambio de las condiciones políticas en Suiza no era realizable. Según su opinión, Francia tenía únicamente que ejercer presión sobre Suiza, mas no ingerirse en el proceso de su transformación. Pero no había contado con el hambre de dinero de los franceses. A pesar de que los Gobiernos de todas las grandes ciudades, viendo las sublevaciones que se habían producido por todas partes y por miedo a los franceses, a principios de febrero 1798 habían concedido la igualdad de derechos a la población rural, prometiéndole una Constitución basada en libertad, igualdad y fraternidad, los franceses invadieron Suiza a primeros de marzo con 15’000 hombres. Rompieron la última resistencia, ocuparon el país, robaron los tesoros públicos, llevándose a Paris el oro por toneles, cargados en pesados carros de bueyes, saquearon el país, violaban a mujeres e hijas, de forma que el pastor Lavater de Zurich se vió obligado a la proclamación siguiente:
“Que la aristocracia haya caído, puede ser una gran suerte, puede ser el cumplimiento de los deseos de muchos nobles. (...) Vosotros, los franceses, venís a Suiza como ladrones y tiranos, hacéis la guerra a un país que nunca os ofendió. (...) No hablasteis más que de liberación – y oprimís de todas las maneras posibles. (...) Así nunca se nos mandaba cuando éramos, según vuestro mito falso, esclavos, nunca teníamos que obedecer ciegamente como cuando, según vuestro mito falso, somos libres.” [1]
Francia transformó la Confederación de Estados de la Antigua Confederación, caracterizada por la máxima diversidad, en un Estado unitario centralista – llamado “República Helvética” – y lo dividió arbitrariamente en cantones y distritos que, sin embargo, ya no tenían ninguna autonomía, teniendo que ejecutar únicamente lo que el Gran Consejo (el Legislativo) y el Directorio (el Ejecutivo) decidían. La nueva Constitución, por consiguiente, era odiada por la mayoría de los suizos, aunque garantizaba la igualdad de derechos de todos los ciudadanos, la libertad de religión, de conciencia, de prensa, de comercio y de industria, así como el derecho a la formación de asociaciones, a presentar peticiones al Gobierno, junto con la obligación general de pagar impuestos y la posibilidad del rescate de contribuciones feudalistas y ello, a pesar de que en el Directorio figuraban hombres importantes con verdadera perspicacia y convicciones patrióticas.
Pestalozzi se resignó a lo inevitable y, dado que la Constitución y el Directorio prometían realizar la mayor parte de las reformas que él había exigido ya desde hacía 30 años, se puso al servicio del nuevo orden; y le era más fácil por cuanto era amigo de uno de los cinco directores, Philipp Albrecht Stapfer. Así pues, se hizo cargo de la redacción del “Helvetisches Volksblatt” (Periódico Helvético Popular), que hay que considerar como el propio portavoz del Gobierno helvético. En esta actuación como redactor, mas también en numerosos folletos, Pestalozzi intentaba entonces hacerle comprender al pueblo el sentido y la oportunidad de la Revolución, y exhortaba a los nuevos poderosos a atenerse verdaderamente a sus promesas. Sin embargo, no pudo eliminar de forma bastante convincente la opinión propagada de que el nuevo orden podía ser hostil a la religión. Para ello, los ataques de los revolucionarios contra Iglesias y cristianismo eran demasiado evidentes, y aunque la nueva Constitución garantizaba la libertad de religión, a los curas les era prohibida toda actividad política y su enseñanza y predicación estaba sometida al control de la policía. Además, muchos no se sentían libres, mientras hubiera tropas extranjeras que devastaban el país y mientras el pueblo se viere forzado a prestar juramento a la nueva Constitución.
La actividad de Pestalozzi como redactor no fue precisamente exitosa pues, por más que se esforzaba, no logró dar con el “lenguaje del pueblo”. Sus textos eran demasiado didácticos, a menudo incluso desdeñosos, como para poder gustar especialmente. Tanto para su empleador, como también para él, fue bueno que a finales de 1789/principios de 1799 una nueva tarea le llamara a Stans como “padre de huérfanos”.