Infancia y juventud en Zurich

1746-1768

El  día 12 de enero 1746 nació Johann Heinrich Pestalozzi en la casa de sus padres en la calle Oberer Hirschengraben en Zurich. La familia poseía el derecho de ciudadanía desde que el antepasado Johann Heinrich Pestalozzi, a mediados del siglo XVI, había inmigrado a Zurich viniendo de Ravenna, y se consideraba al principio como familia de comerciantes que no ocupaba ningún cargo público. Tan sólo el abuelo de Pestalozzi, Andreas Pestalozzi, estudió teología y se hizo Pastor en Höngg, cerca de Zurich, cargo que estaba a disposición únicamente de los ciudadanos de la capital.

Los primeros años de la vida de Pestalozzi fueron marcados por grandes turbulencias familiares: En algo más de ocho años de matrimonio de los padres nacieron siete niños, de los cuales cuatro murieron en estos mismos años y, cuando se murió el padre, Johann Baptist Pestalozzi (1718–17521), Pestalozzi tenía tan sólo cinco años. La situación económica era, para una familia de la ciudad de Zurich, ya en vida del padre, bastante deprimente, dado que éste, como así llamado “cirujano”, apenas podía mantener su familia y, después de su muerte, se volvió aún mas deprimente. La madre  con sus tres hijos supervivientes no se trasladó a casa de sus familiares, económicamente mejor situados, a Richterswil, en la orilla izquierda del lago de Zurich, quienes, es cierto que ayudaban materialmente a la familia necesitada, pero no poseían ellos mismos el derecho de ciudadanía. La familia, como ciudadanos de la capital siempre privilegiada, se quedó a vivir en Zurich, probablemente debido a las  mejores  posibilidades de formación y la mayor oferta de escuelas para los hijos. La situación de pobreza, junto con las experiencias familiares traumáticas, dieron lugar, sin embargo, a un cuidado angustiosamente excesivo por parte de la madre y de la sirvienta fiel de la casa, Barbara Schmid. De esta manera Pestalozzi, siendo niño, vivió el aburrimiento monótono y la limitación de experiencias fruto de un cuidado  extremoso. En una carta a Hans Konrad Escher (von der Linth) describe retrospectivemente su situación en 1804:

“Los años de mi juventud me negaron todo a través de lo cual el ser humano pone los primeros fundamentos para una utilidad civil. Yo he sido cuidado como una oveja que no puede salir del establo. Nunca llegué a estar con los muchachos de mi edad en la calle, no conocí ninguno de sus juegos, ninguno de sus ejercicios, niguno de sus secretos. Naturalmente era torpe en medio de ellos y les resultaba ridículo. Además, me dieron, ya en mi noveno o décimo año, el nombre de ‘Heiri Wunderli von Thorlicken’.” (PSW 29, pg. 104)

Y en otro lugar cuenta en la misma época:

“Me faltaba por completo lo quotidiano y corriente, por lo que la mayoría de los niños, tanto en casa como fuera de la misma, casi sin quererlo o saberlo, de antemano son preparados y capacitados para las habilidades corrientes de la vida, emprendiendo y tratando miles de cosas. Dado que en mi cuarto de niño en el fondo hubo practicamente nada para ocuparme razonablemente y de forma instructiva y dado que yo, con mi vivacidad, habitualmente dañaba o estropeaba  lo que, sin este fin, llegaba a mis manos, se pensaba que lo mejor que en este caso se me podía hacer era procurar que tomara en mis manos lo menos posible para que estropeara lo menos posible. ‘¿Es que no puedes quedarte sentado quieto? ¿Es que no puedes tener la manos quietas?’, eran las palabras que muy pronto comencé a escuchar a cada momento. Iba en contra de mi naturaleza, no podía quedarme sentado quieto, no podía tener las manos quietas, y, realmente, cuanto más tenía que hacerlo, menos podía hacerlo. Cuando ya no encontraba nada, tomaba una cuerda y le daba tantas vueltas hasta que ya no se parecía a una cuerda. Cada hoja, cada flor que llegaba a mi mano, sufría la misma suerte. Imagínate el caso en que se enreda y frena por la fuerza un engranaje que se halla en pleno impulso y el esfuerzo de estas ruedas choca contra el freno de su fuerza: ello te dará una idea de la influencia de mi situación sobre el rumbo de mis fuerzas aspirando a lograr desarrollo y actividad. Cuanto más eran frenadas, más confusas y violentas aparecían dondequiera querían o podían manifestarse.”

Pestalozzi frecuentó en su ciudad de origen, Zurich, todas las escuelas que en aquel entonces estaban abiertas gratuitamente a todo ciudadano joven e inteligente y su formación le llevó, pasando por la Schola Carolina en el “Grossmünster”, al estudio en el Collegium Carolinum, que era una escuela con carácter universitario, cuyos profesores acuñaron el espíritu de la Ilustración suiza o de Zurich, respectivamente. Al principio, Pestalozzi quería hacerse Pastor, como su abuelo, después empezó a estudiar derecho. Su profesor más célebre fue Johann Jakob Bodmer (1698–1783), quien era conocido mucho más allá de las fronteras de Zurich y de Suiza y que reunía a su alrededor un grupo de estudiantes destacados.

Se solían reunir semanalmente por una tarde en la sala del gremio de los curtidores, se llamaban “Helvetische Gesellschaft zur Gerwe” (Sociedad helvética de la Gerwe) o, en una palabra, “Patriotas” y publicaban una revista propia – el “Erinnerer” (el Recordador). En el círculo de los Patriotas se discutían detenidamente los pensamientos de los filósofos antiguos y modernos: Platón, Tito, Livio, Salustio, Cícerón, Comenio, Maquiavelo, Leibniz, Montesquieu, Sulzer, Hume, Shaftesbury, Lessing y, ante todo y siempre de nuevo, Jean Jacques Rousseau. A través de ellos, los jóvenes llegaron a conocer unos ideales de vida de alto nivel y unos modelos sociales previsores que, a continuación, comparaban con la realidad de la vida en su ciudad y sus alrederores: En Zurich, el poder se hallaba en manos de pocas familias prominentes de la ciudad y quien criticaba o intentaba defenderse de la arbitreriedad de los poderosos o quien tan sólo exigía el derecho vigente, tenía que contar con persecución y destierro. Los campesinos de los pueblos de alrededor tenían que vender sus productos en la ciudad por unos precios prescritos y, al mismo tiempo, estaban obligados a cubrir una gran parte de lo que necesitaban con compras en la ciudad. Comercio en el sentido estricto de la palabra o  industria mayor estaban permitidos sólo a los ciudadanos privilegiados de la capital, de la misma manera que entraban en cuestión sólo ciudadanos del municipio para ocupar puestos eclesiásticos o del Estado – tales como parroquias, juzgados y administración. La libre manifestación de opinión estaba muy limitada por una censura estricta. Los Patriotas, en sus charlas semanales, acosaban por su manera autoritaria de gobernar a la clase dominante, la cual reaccionaba con nerviosismo, pero los estudiantes no se dejaban  amedrentar y los “Altos Señores” no se atrevieron a atentar contra Bodmer, que era conocido mucho más allá de Zurich. Pestalozzi, con su fervor por unas costumbres purificadas en la sociedad y en el Estado y su apertura a las ideas de una reforma del Estado y de un gobierno justo, de igualdad y de separación de poderes y de una terminación de la evidente explotación del campo y de sus habitantes, sin duda no sólo se hizo impopular, sino también perdió, pronto y de forma duradera, sus posibilidades de obtener un cargo público, cosa que, en principio, le habría sido posible dada su condición de ciudadano.

De este período se conservan los primeros ecritos imprimidos de Pestalozzi: “Agis” y “Deseos”.

“Agis” es la primera obra de Pestalozzi que se conserva y fue publicada en 1765 en el “Lindauer Journal” (Diario de Lindau) , probablemente para escapar de la censura de Zurich. La política de reforma del rey espartano Agis fracasa por la  resistencia de la aristocracia dominante y pudiente y Pestalozzi, muy hábilmente, acentúa con fina ironía el paralelismo con Zurich, diciendo que con ello no se trataba de “una sátira contra nuestra situación”.

“Deseos”, una serie de bosquejos aforísticos del “Erinnerer”, 1766, demuestran la orientación crítica de Pestalozzi. El escrito empieza de la manera siguiente:

"Ein junger Mensch, der in seinem Vaterland eine so kleine Figur macht, wie ich, darf nicht “Un joven que en su patria hace un papel tan insignificante como yo, no debe regañar o querer corregir; porque esto se halla fuera de su esfera. Es lo que se me dice casi todos los días; pero, sin embargo, ¿sí, puedo desear? – Sí, ¿quién quisiera prohibirme esto, tomarlo a mal? Quiero pues desear y darle a leer a la gente mis deseos en forma impresa, y a  quien se ria de mí con mis deseos, le deseo – ¡que se mejore! (PSW 1, pg. 25)

El que más impresionaba a los estudiantes de Zurich era Jean-Jacques Rousseau. En 1762 habían sido publicados “Gesellschaftsvertrag” (El Contrato social) y “Émile” (Emilio). Ambas obras estimulaban en ellos el ideal de una vida natural, virtuosa y libre. La vida de los habitantes de la ciudad les parecía deforme, degenerada y sofisticada; el campesino, sin embargo, vivía – al menos en su fantasía – con simplicidad, vigor y en estrechísima unión con la naturaleza. En Pestalozzi, este pensamiento iba más hondo y se juntó con el impulso  de querer ayudar a los pobres y los sin derecho en el campo. En Höngg, en la parroquia de su abuelo, donde estaba de visita muchas veces siendo niño, había vivido palpablemente, desde la perspectiva del hijo privilegiado de la ciudad, la situación deprimente de la población rural, sin formación ni derechos. Así pues, acabó sus estudios prematuramente ya a la edad de 21 años y decidió hacerse campesino él mismo. No campesino en el sentido acostumbrado de la profesión, sino más bien como señor de una granja agrícola con cuya renta se podía  financiar el sustento de un ciudadano de la capital, culto y con intereses polifacéticos. Sin embargo, a Pestalozzi le faltaban las condiciones para este camino, sobre todo los conocimientos de la agronomía y de la agricultura. De esta manera, en el verano 1767, empezó un aprendizaje agrícola con Johann Rudolf Tschiffeli [1] en el pueblo bernés de Kirchberg, para aprender la agricultura y la fruticultura modernas.

La agricultura, como consecuencia de la Ilustración y de la aparición de las ciencias naturales, atravesaba una fase de cambió fundamental: Abandono de la rotación trienal tradicional en favor de una explotación de la tierra más intensiva con la ayuda de abono organizado y renunciando al año de descanso. Tschiffeli era uno de los propulsores de este desarrollo y Pestalozzi pensaba seguir sus huellas. La decisión de Pestalozzi fue favorecida por la fundamentación filosófica positiva de la agricultura: Mientras que el mercantilismo, como doctrina de economía del absolutismo francés, había declarado las reservas de metales nobles como fundamento de la prosperidad político-económica, los fisiócratas, seguidores de Rousseau, contradijeron esta tesis. Según su convicción, la prosperidad de una sociedad reposaba en los productos naturales de la tierra, ante todo en una agronomía sana, razón por la cual era considerado como primer deber de la política conómica modernizar la agricultura. El fisiocratismo, además, exigía la reducción de la economía estatal dirigida (falta de libertad comercial e industrial, control de la producción por los gremios) y el fomento de la economía privada, para llegar, a través del “juego libre de las fuerzas”, a un equilibrio natural en el ámbito de la economía. La satisfacción óptima de las necesidades económicas del pueblo tenía que ser el resultado de una competición libre en la economía del mercado y de un mercado libre internacional.

Si Pestalozzi, ya a la edad de 21 años, se esforzó por una actividad profesional práctica, que al mismo tiempo prometía rendir algo económicamente, esto tenía otra razón muy sólida, aparte del entusiasmo por la vida de los campesinos, que estaba de moda, y  aparte del afán de ayudar a la población rural a través del buen ejemplo, otra razón muy sólida: Se había enamorado, quería casarse y poder mantener su futura familia conforme a su posición social. El amor de Pestalozzi por Anna Schulthess, que entonces tenía ya 29 años, había nacido ya en 1767 con ocasión de la muerte de su común amigo Johann Kaspar Bluntschli, llamado Menalk, que había fallecido de una enfermedad pulmonar a la temprana edad de 23 años. Menalk, en el círculo de los Patriotas, había animado a sus amigos con su propio ejemplo a trabajar en sí mismos. En vista de su temprana muerte, Bluntschli veía en su amigo, que tenía dos años menos que él, algo así como el realizador de sus propios altos ideales, lo que fortaleció en Pestalozzi la decisión de dedicarse incondicionalmente a la mejora de la situación social y política, incluso bajo el riesgo de su propia vida. La muerte del amigo común afectó mucho a los dos y Pestalozzi se sintió muy unido a Anna Schulthess en este dolor. De repente, este luto común despertó en Pestalozzi un amor apasionado que amenazó engullirle con la violencia de un volcán. Así leemos en una de las primeras cartas a su futura esposa:

“¡Señorita! Busco vanamente reencontrar mi tranquilidad. Lo veo, mis esperanzas están perdidas. Tendré que pagar el castigo por mi irreflexión con una afflicción eterna. He osado mirarla asombrado, hablar con Vd., escribirle, pensar sus sentimientos, sentirlos, comunicárselos. – Debería de haber conocido la debilidad de mi corazón y haber evitado tales riesgos, donde toda esperanza desaparece. ¿Qué tengo que hacer? ¿Debo callarme y consumir de pena oculta mi corazón y no hablar, y no contar con ninguna esperanza, con ningún sosiego para mi miseria? ¡No! No quiero callar, será un sosiego para mí saber que no puedo esperar nada. – ¿Pero esperar qué? ¡No, no puedo esperar nada! Vd. ha visto a Menalk, y como él ha de ser el hombre que Vd. puede amar. ¡Y yo! ¿Quién soy yo? ¡Qué distancia! ¡Cómo presiento ya el golpe mortal de las más crueles palabras, que no soy semejante a Menalk, no digno de Vd. Lo sé, merezco esta respuesta, la recibiré, no espero otra cosa. [...] Todo el día estoy vagando sin ocupación, sin trabajo, aturdido, siempre suspirando, busco distracción y no la encuentro, tomo su carta y la leo, la leo siempre de nuevo, sueño, tengo esperanza y luego no tengo ninguna, engaño a una madre tiernamente recelosa con el cuento de las razones de una enfermedad que no conozco, huyo del trato con mis amigos , huyo de la claridad del día, me encierro en la habitación más aislada, más oscura, me tiro encima de la cama, no encuentro sueño ni paz; me estoy gastando a mí mismo. Pienso solo en Vd. todo el día, en cada palabra que Vd. dijo, en cada lugar donde la ví. He perdido toda la fuerza, toda la tranquilidad en mí mismo y dependo totalmente de Vd.! ¡Oh, cuán pequeño, cuán despreciable tengo que presentarme a Vd. en el momento en que intento ganar su aprecio! ¡Oh, cómo no ha conocido mi sensibilidad, oh, cómo no ha pensado qué peligro sería su amistad para mi sensible, o demasiado sensible corazón! – ¡Vd. derramó sus sentimientos por Menalk en mi seno; yo, con Vd., sentí los mismos; Vd. oyó los míos y en ellos encontró los suyos! ¿Qué he hecho? ¡Qué ha hecho Vd.! Mi estima por Vd. es ahora la poderosa pasión del amor. Cada día, cada hora, cada momento aumenta. No era suficiente aplastarme porque iba a perder a Menalk: tengo que perecer dos veces por doble afflicción sin esperanza alguna. [...]

Tres veces he escrito a Vd. y tres veces he vuelto a romper la carta; ésta no la quiero romper. Considero mi deber hablar ahora, cuando ya no podría callar sin poner en peligro mi salud y mi estado moral. Vd. conoce mi corazón; Vd sabe cuán lejos está de todo fingimiento. Vd. conoce mi timidez; seguramente sabe qué esfuerzo me ha costado decidirme a dar este paso. No quiero disculparme más.

Cielo santo, ayúdame a esperar con calma la importante respuesta. ¡Y Vd., estimadísima Schulthess! Corra para regalarme otra vez a mí mismo. ¡Oh, horas, momentos hasta la decisión! Mi corazón palpita; ¿cómo la soportaré. Mi felicidad, mi paz, el futuro, yo, yo totalmente, dependo de esta respuesta.

Corra Vd., le pido de rodillas que conteste a su P.!” (PSB 1, pg. 3-5).

Anna y Heinrich eran una pareja muy desigual: Ella, una belleza de la ciudad, habituada a disponer siempre del dinero suficiente, inteligente, culta, piadosa, de espíritu sútil y sensible, por una parte más bien fría e imponiendo distancia,  por otra parte, igual que Pestalozzi, tendiendo a la cólera; – él, físicamente de poca apariencia, en muchos aspectos torpe, en otros, sin embargo, altamente dotado, lleno de planes para la mejora del mundo, pobre e hijo de una viuda cuya familia no tenía nada que decir en la ciudad. También desde el punto de vista de Anna, existía una clara diferencia de clase entre ella y Pestalozzi, razón por la cual ella, cuando se produjeron los primeros contactos, insistió en ocultar las relaciones amorosas en su entorno. Cuando sus padres, los Schulthess, se enteraron de la intenciones de Pestalozzi, le echaron de la casa y en adelante le cerraron la puerta.

Así, a los dos no les quedaba otro remedio que encontrarse en secreto y escribirse diaria o semanalmente. Del período entre la primavera de 1767 y su boda en septiembre de 1769 todavía se conservan hoy 468 cartas que llenan 650 páginas de libro [2] . El amor apasionado de Pestalozzi por Anna, la inicial resistencia de ésta y su acercamiento paulatino, más bien frío, después el desbordamiento de su pasión amorosa, el florido brotar de un afecto recíproco, lleno de poesía, de humor y de ternura, luego su lucha común por la verdad y la virtud y su lucha por su amor contra los ricos padres Schulthess con todas las humillaciones y lesiones – todo esto no deja indiferente a nadie que hoy lee las cartas. Revelan de manera impresionante la riqueza de la vida interior de Pestalozzi, su magnanimidad, su preocupación por su propia virtud, pero también la conciencia de su vocación al servicio del pueblo. Las autoreflexiones contenidas en estas cartas son testimonios autobiográficos de un valor extraordinario. En una carta detallada de Pestalozzi a la edad de 21 años, en la cual se caracteriza a sí mismo sin piedad, pone en claro sin compromisos su escala de valores y proyecta las visiones de su vida, apareciendo ya rasgos fundamentales de su futuro. Quiere ser útil a su patria sin consideración con su esposa o sus hijos, conoce su fervor y su imprudencia en todo lo que hace, confía en la ayuda de la parentela rica de Anna, quiere realizar las ideas sobre educación de Rousseau y no permitir que sus hijos lleguen a ser habitantes de la ciudad ociosos, y encuentra tonos depresivos y melancólicos al evocar su debilidad, su enfermedad y su  cercana muerte.

En cartas posteriores también se entusiasma, siempre de nuevo, por una futura vida a dos en el campo, e incluso, aunque sus imágenes idílicas en su momento iban a resultar ilusorias, demuestran, sin embargo, las intenciones sociales sobre las que se basaba su elección de oficio.:

“Amiga, me alegro de que Vd. considera verdadero que la ciudad no es lugar para un desarrollo de nuestras intenciones. Decididamente mi cabaña ha de estar lejos de esta confluencia del vicio y de la miseria. En esta cabaña solitaria, non obstante, ha de ocuparme más la patria que el barullo de la ciudad. Cuando, en su día, esté en el campo y vea al hijo de un conciudadano que promete un alma grande y que no tiene pan, le llevaré por mi mano y le formaré como ciudadano, y trabajará y comerá pan y leche y será feliz. ¡Y si un joven hace una obra noble y carga sobre sí el odio de su familia temerosa de los hombres, conmigo encontrará pan mientras yo lo tenga! Sí, con placer, querida, beberé entonces agua y daré la leche, que me gustaría a mí, al noble, para que vea cuánto le estimo. Querida, entonces yo le gustaría a Vd., cuando me viere beber agua. De verdad, querida, vamos a limitar nuestras necesidades cuanto permitan la dignidad y el buen gusto, para servir mucho a nuestros conciudadanos. ¡Cuánto, querida, podría hablar aquí de lo agradable de estos días y de la dicha de futuros hijos, de las agradables sorpresas de mis amigos! Pero callo y tan sólo le digo esto, que existen circunstancias posibles, que en años futuros me llamarán a abandonar esta mansión rural. Haré siempre lo que, como ciudadano leal, debo a mi patria y, amiga, ya que a Vd. le es agradable el cumplimiento de toda obligación.” PSB 1, pg. 60-61)

Anna durante semanas y meses dudó, consideró, vaciló, hasta que estaba segura de su amor y la carta liberadora es la primera que lleva fecha, el 19 de agosto 1767.

Poco después, en septiembre 1767, Pestalozzi abandonó Zurich para empezar su aprendizaje agrícola. Sus cartas le fueron dadas a Anna a escondidas por amigos y hermanos. Resulta siempre de nuevo evidente que él comprendía su aprendizaje profesional como preparación para una actividad por el bien del pueblo y que “la finalidad de sus empresas tiene como intención la dicha de muchos de sus prójimos”. (PSB 1, pg. 241) Pero tras sólo nueve meses –  interrumpidos, además, por una pausa invernal de tres meses – Pestalozzi dió ya por terminado su aprendizaje, concluyó su estancia con Tschiffeli, volvió a Zurich y empezó su camino como empresario agrícola.