Las concepciones religiosas de Pestalozzi

En su casa paterna, Pestalozzi recibió una educación religiosa rígida y recibió, además, muchos impulsos religiosos de su abuelo, que era pastor protestante en Höngg. Mas la educación pública en las escuelas municipales de Zurich estaba, en aquel tiempo, todavía claramente marcada por la religiosidad. Así no es de extrañar que el joven Pestalozzi pensase hacerse pastor, y esto tanto más, por cuanto –  siendo ciudadano de Zurich – este oficio en principio le estaba abierto. Después, sin embargo, abandonó esta intención – tal vez por el hecho de que una vez, cuando tuvo que rezar el "Padre nuestro" en público, se tuvo que reír constantemente – pero, a pesar de ello, siguió siendo un hombre religioso de por vida, siempre convencido de que el hombre tiene que responder de su vida ante Dios.

La esposa de Pestalozzi, Anna Schulthess, también provenía de una familia religiosa y fue educada para una profunda piedad, de manera que para los dos habría sido impensable casarse con alguien que no podía compartir las propias convicciones religiosas. Pestalozzi durante toda su vida no dejó de reflexionar sobre la esencia de la religión y la importancia de la vida religiosa, e incluyó estos pensamientos en sus consideraciones filosóficas. Bien es verdad que en los años de su gran crisis vital – más o menos entre 1785 y 1798 – constatamos un cierto enfriamiento de sus sentimientos religiosos, pero  se volvieron a despertar cuando, en 1799, pudo trabajar en Stans como director del orfelinato, y en las tres últimas décadas de su vida se hicieron cada vez más profundos hasta llegar a tener, en su vejez, una veneración por Jesús de una profundidad francamente mística.

En lo que sigue se trata, sin embargo, menos de la propia práctica religiosa de Pestalozzi que (mucho más) de sus convicciones teológicas. Éstas están obviamente influídas por su educación religiosa, es decir, muy marcadas por el pietismo. Es sabido que los pietistas rehusaban las discusiones racionalistas sobre textos bíblicos y tomaron una actitud distanciada frente a la cultura y las bellas artes. Consideraban la religion como asunto del corazón y no de la cabeza, aspiraban a una piedad sencilla, a una vida sin lujo, llevada desde el espíritu de la Biblia y que se ponía al servicio del prójimo. La pertenencia a una Iglesia que incluyera a a todos los cristianos carecía de importancia para ellos, esencial era la convivencia en comunidades de dimensiones abarcables, personales, caracterizadas por el amor, en las cuales el "renacimiento desde la fe" llegaba a ser una vivencia perceptible, palpable, sensible.

Además del pietismo fue ante todo Rousseau quien influyó sobre Pestalozzi. Rousseau no era ateo, como muchos luchadores de la Ilustración europea, pero no basaba su fe en la Revelación bíblica y además negaba la autoridad de la Iglesia. Sus convicciones religiosas radicaban más bien en la propia seguridad de sus sentimientos y en el propio pensamiento razonable. Con ello opone a la religión de la revelación la religión natural.

Pestalozzi se encontró  con los pensamientos de Rousseau en su célebre novela pedagógica "Émile". En  esta obra el filósofo ginebrino pone en boca del vicario savoyano sus concepciones filosóficas y teológicas básicas. Sus dogmas más importantes son – resumidos – los siguientes: Existe una voluntad inteligente que mueve el universo y da vida a la naturaleza, y esta voluntad la llamo Dios. De esta manera reuno en este concepto la idea de inteligencia, poder, voluntad y bondad. En principio no conozco a este ser, pero sé que existe y que mi propia existencia está sumisa a la suya. Por ello adoro humildemente a este ser y le sirvo desde el fondo de mi corazón. Yo percibo a Dios en todas sus obras  y le siento dentro de mí mismo. En la naturaleza del hombre reconozoco dos principios claramente diferentes uno del otro: Uno de ellos le eleva hacia la búsqueda de las verdades eternas, el amor, la justicia, la moralidad y  las regiones del espíritu; el otro le rebaja hacia él mismo, al dominio de los sentidos y de las pasiones. El hombre es libre en sus actos y, como ser libre, vivificado por una sustancia inmaterial que sobrevive a la muerte física. El recuerdo de la vida pasada es entonces o bien la felicidad de los buenos, o bien la tortura de los malos. El mal no viene de Dios, sino del hombre. Dios no quiere el mal, pero tampoco le impide al hombre hacerlo, porque no quiere limitar su libertad. Dios creó al hombre como ser libre, para que, por voluntad libre, no haga el mal, sino el bien. La conciencia es un principio de la justicia y de la virtud congénito y le dice al hombre infaliblemente, qué es el bien. Por lo que se refiere a la Biblia: La sublimidad  de la Sagrada Escritura habla a mi corazón, pero no la reconozco como revelación que pueda imponerse como obligatoria.

Este pensamiento en Pestalozzi se unía al cristianismo pietista heredado. Pietismo y Rousseau son los dos pilares fundamentales sobre los cuales reposan las concepciones religiosas de Pestalozzi. En ambas doctrinas se da la preferencia al corazón frente a la razón, las dos subrayan la sencillez de la fe, las dos se distancian de sofísticadas construcciones de pensamientos teológicos. Estos tres puntos están presentes, pues, en las convicciones religiosas de Pestalozzi durante toda su vida. A cada paso encontramos en él una clara hostilidad frente a la teología. En 1801 escribe (referiéndose con "yo" no a sí mismo, sino al hombre en general): "El Dios de mi cerebro es una quimera, no conozco a ningún Dios excepto al de mi corazón y sólo me siento ser humano en la fe en el Dios de mi corazón; el Dios de mi cerebro es un ídolo, me pierdo en su adoración; el Dios de mi corazón es mi Dios, me ennoblezco en su amor" (PSW 13, 353).

En su casa paterna, Pestalozzi recibió una educación religiosa rígida y recibió, además, muchos impulsos religiosos de su abuelo, que era pastor protestante en Höngg. Mas la educación pública en las escuelas municipales de Zurich estaba, en aquel tiempo, todavía claramente marcada por la religiosidad. Así no es de extrañar que el joven Pestalozzi pensase hacerse pastor, y esto tanto más, por cuanto –  siendo ciudadano de Zurich – este oficio en principio le estaba abierto. Después, sin embargo, abandonó esta intención – tal vez por el hecho de que una vez, cuando tuvo que rezar el "Padre nuestro" en público, se tuvo que reír constantemente – pero, a pesar de ello, siguió siendo un hombre religioso de por vida, siempre convencido de que el hombre tiene que responder de su vida ante Dios.

La esposa de Pestalozzi, Anna Schulthess, también provenía de una familia religiosa y fue educada para una profunda piedad, de manera que para los dos habría sido impensable casarse con alguien que no podía compartir las propias convicciones religiosas. Pestalozzi durante toda su vida no dejó de reflexionar sobre la esencia de la religión y la importancia de la vida religiosa, e incluyó estos pensamientos en sus consideraciones filosóficas. Bien es verdad que en los años de su gran crisis vital – más o menos entre 1785 y 1798 – constatamos un cierto enfriamiento de sus sentimientos religiosos, pero  se volvieron a despertar cuando, en 1799, pudo trabajar en Stans como director del orfelinato, y en las tres últimas décadas de su vida se hicieron cada vez más profundos hasta llegar a tener, en su vejez, una veneración por Jesús de una profundidad francamente mística.

Pestalozzi también compartía con Rousseau la simple seguridad del sentimiento de que el hombre, tras la muerte, sigue viviendo en un mundo inmaterial y que esta existencia postmortal está en una relación causal con su comportamiento en este mundo. Este convencimiento es, por cierto, igual de fundamental para el pensamiento cristiano-ortodoxo, pero Pestalozzi no lo justifica con referencia a la Biblia, sino – al igual que Rousseau – por su confianza en su propio pensar y sentir. Y como Rousseau, también Pestalozzi se niega a reflexionar sobre esta vida después de la muerte o a concretarla mediente imaginaciones de cualquier tipo. La esperanza en una vida eterna tenía que darle al hombre sobre todo la fuerza para vivir su existencia terrenal según su vocación más íntima.

Al contrario de ciertos teólogos cristianos – una vez más de acuerdo con Rousseau – Pestalozzi se prohibió a sí mismo decir sobre la esencia de Dios más que, por ejemplo: Es bueno, es justo, es el amor, es padre. Él sentía a Dios como su padre y a sí mismo, por tanto, como hijo de Dios, y la respuesta adecuada a eso era amor de Dios, confianza, gratitud. Incluso la cuestión teológica fundamental de si a Dios había que entenderle como un ser que, independiente del hombre, vive en el más allá – en la transcendencia – o si había que entenderle como principio que obra en lo más íntimo del ser humano – es cuestión que deja abierta. En los escritos de Pestalozzi se hacen compañía armoniosamente los dos conceptos de Dios – el transcendental y el inmanente –, de manera que habla con la misma naturalidad tanto del "Padre en el cielo" y, consecuentemente, del hombre como "hijo de Dios", como también de "Dios en lo más íntimo de mi naturaleza".

Pestalozzi estaba también convencido – aquí de acuerdo tanto con Rousseau, como con la opinión tradicional cristiana – que, al fin y al cabo, es la fe en Dios sentida verdaderamente en lo más profundo del corazón, lo que le impide al hombre buscar el disfrute de la vida desenfrenado a costa de los prójimos. Es indiferente que esta fe se manifieste como confianza en "Padre en el cielo" o en "Dios en lo más íntimo de mi corazón"; en todo caso representa para el hombre el motivo básico para querer vencer su propio egoísmo dentro de sí. Es por esto por lo que para Pestalozzi la educación moral se halla en conexión estrechísima con la educación religiosa, lo cual se demuestra ya en el hecho de que, con frecuencia, – abrazando ambas – habla de la educación moral-religiosa como unidad inseparable. La idea pedagógica de Pestalozzi no se puede, pues, realizar en su total plenitud, si se decide dejar de lado la educación religiosa.

De todos modos, Pestalozzi aspiraba durante toda su vida a superar la  distinción entre vida espiritual y vida profana. La religiosidad debía ir unida a la tarea del hombre en el mundo y, en cada caso, manifestarse eficiente en el obrar moralmente y en actos de amor. No le convencía en absoluto una práctica religiosa que paralizaba el interés del hombre para los asuntos terrenales y le alejaba del mundo.

Muchas manifestaciones de Pestalozzi sobre cuestiones religiosas, en las cuales  se insinúa el pensamiento de Rousseau, justifican la pregunta planteada con frecuencia de si él puede ser considerado de pleno derecho como cristiano en el sentido propio. Si esta pregunta se formula con vistas a su manera de vivir, no cabe ninguna duda sobre el hecho de que trataba sinceramente de vivir conforme a las doctrinas de Jesús. Si la pregunta se plantea, en cambio, con referencia a las concepciones teológicas de Pestalozzi, no se puede, como mínimo, ignorar el hecho de que realizaba su cristianismo activo alejado de la Iglesia y que se negaba a sentirse comprometido con ciertos dogmas centrales de la teología cristiana. Pestalozzi se acerca, sin duda, más a la religión natural de Rousseau, que al protestantismo heredado.

Como primera prueba de que Pestalozzi no era un cristiano ortodoxo, podría valer el hecho de que nunca estaba dispuesto a reconocer la Biblia como revelación última para fundamentar la fe. Pestalozzi estaba convencido de que, a la aceptación de la fe revelada, tenía que preceder un acto de fe natural. Así había que aceptar antes y de manera natural que Dios era bueno, dado que, de  otra manera, podría engañar al hombre por la Revelación. El rechazo de la palabra de la Biblia como último fundamento de la fe no le impedía a Pestalozzi, sin embargo, tratar la Biblia de una manera muy íntima y enriquecerse interiormente con sus textos. Al hacerlo, no sentía ningún deseo de evaluarlos teológicamente y de sacar de ellos toda clase de conclusiones de conocimiento, sino que se dejaba abordar por el sentir de su corazón e intentaba obrar desde esta comprensión del corazón. En una decisión para obrar, nunca se habría referido únicamente a la Biblia, sino que la lectura de la Biblia era para él estímulo para buscar la verdad y realizar el amor.

Es interesante advertir que Pestalozzi, justo en el período de su gran crisis de vida, cuando percibía que sus sentimientos religiosos se habían enfriado en gran parte,  justo en esa crisis profesara claramente el cristianismo, como lo hace en las "Investigaciones" (Nachforschungen) (1797). Allí demostró que, finalmente, cada fenómeno de la vida humana requiere ser comprendido desde tres puntos de vista, a saber: como acontecimiento natural, o social, o moral. Esta manera de ver le brinda a Pestalozzi la posibilidad de diferenciar la religión como tal y de hacer ver su importancia antropológica.

En el estado natural de origen, el hombre no posee religión alguna, porque la inocencia animal ni sacrifica, ni bendice, ni maldice. En el estado natural pervertido, la religión es superstición: El hombre adora como dios las fuerzas y los fenómenos de la inexplicable naturaleza, se imagina un dios que lleva claramente sus propios rasgos y se construye una imagen de la felicidad que satisface su inclinaciones e instintos naturales.

En el estado social, la religión es consejera, prestadora de ayuda benéfica y creadora de arte, pero, según las necesidades y ventajas de un Estado, rápidamente se vuelve egoísta, hostil y vengativa. La religión del hombre social se convierte facilmente en la sirvienta del poder del Estado y, con ello, con la misma facilidad, se convierte en engaño. El dios del hombre social lucha por quienes le adoran y veneran y les premia por esta adoración y veneración.

Sólo en el estado moral le es posible al hombre una religión auténtica y le ayuda a aspirar a lo más noble que puede concibir. Es, como la moralidad, totalmente individual: un enterarse sin palabras de la realidad divina en lo más íntimo del corazón, que se derrama en obras de amor.

Pestalozzi designa la religiosidad del hombre en el estado natural y en el estado social como meramente de culto litúrgico. A ella pertenecen todas las ceremonias exteriores, le pertenecen costumbres y usanzas religiosas, le pertenece también todo lo eclesiástico y de derecho eclesiástico, es decir, poder y propiedad de instituciones. Al contrario de este aspecto litúrgico, la religiosidad del hombre en el estado moral es divina.

Al respecto es típico en Pestalozzi que estos razonamientos no le llevan a desaprobar la religiosidad meramente litúrgica del hombre natural o social respectivamente. Ambas son necesarias para el hombre como medios introductores. Hay que exigir, sin embargo, que lo litúrgico de la religión – es decir: todo lo visble exteriormente, todo lo plástico, todo lo eclesiástico-social – no invada o incluso llegue a impedir lo divino, porque con ello el medio devoraría el fin.

Estos razonamientos, pues, le permiten a Pestalozzi una respuesta a la pregunta por la mejor religión: Es aquélla que, en su esencia interior, es la más divina, en su forma, sin embargo, lo menos posible pero suficientemente litúrgica, cultual, a fin de poder servirle al hombre como ayuda suficiente contra el sentido animal de su naturaleza. Según la opinión de Pestalozzi, el cristianismo es el que mejor cumple con esta condición, porque está convencido: El cristianismo es moralidad total y, por lo tanto, totalmente el asunto de la individualidad de cada hombre.

El convencimiento de que el cristianismo era la mejor religión, sin embargo, no le impedía a Pestalozzi ejercer tolerancia religiosa en la convivencia con los prójimos. Nunca habría querido quitarle o contradecirle sus opiniones religiosas a un hombre que estaba adherido a ellas con mentalidad sincera, incluso cuando él mismo no las compartía. Su tolerancia se acababa, sin embargo, donde el hipócrita cínico se presentaba bajo la máscara del hombre piadoso para explotar o  subyugar a sus prójimos. Entonces levantaba su voz y sacaba a la luz lo que le parecía ser verdad.

Como está demostrado, Pestalozzi se interpretaba a sí mismo como cristiano. Es sabido que ciertos teólogos esto lo veían diferente. Hay, pues, que aclarar cuál era la postura de Pestalozzi frente a los dogmas cristianos más fundamentales. Es central la cuestión de como quién reconocía Pestalozzi a Jesús, y esto en doble sentido: ¿Es, como corresponde a la creencia cristiana tradicional, Dios? ¿Y cuál es su misión: Es únicamente maestro y ejemplo, o es también "Salvador" y, si esto es así, en qué medida?

Por de pronto, con la lectura de los escritos de Pestalozzi, se constata continuamente que evitaba preguntas que le habrían obligado a una decisión clara. Con frecuencia, elige las expresiones corrientes de la ortodoxia, pero al leer detenidamente, se descubre siempre de nuevo que las emplea a su manera. Así evita incluso una declaración clara de si Jesús es Dios o no. De todo ello resulta que veía en él al hombre divinamente perfecto, en el cual la divinidad que, en principio le es posible al hombre, había llegado a su total perfección. También habla de Jesús una y otra vez como del "Salvador", pero, haciéndolo, no pensaba en una salvación de la culpa de pecados, en un purificación mediante la sangre del sacrificio en la cruz, sino veía en la Imitación de Jesús y en la obediencia a sus enseñanzas la salvación del hombre de toda falta de amor y de todos los enredos perniciosos. Así, por ejemplo, leemos en un discurso a los niños en Münchenbuchsee (1804): "Hay tanta miseria, que cada uno puede vivir como salvador de los hombres. Hay multitudes de males por la liberación de los cuales gritan  innumerables sufrientes. Cada uno de vosotros es cristiano, cuando al final puede decir: Yo salvo a los hombres del mal de la pobreza, del pecado, del vicio. Así podemos comportarnos con los seres humanos en el espíritu de la salvación de Jesucristo, y llevarnos a la tumba su amor, su gratitud y su veneración, como Jesucristo" (PSW 17A, 49). O también en "Lienhard y Gertrud": "La revelación del amor es la salvación del mundo" (PSW 2, 23).

Todo esto demuestra que Pestalozzi no compartía uno de los esquemas de pensamiento más importantes de los reformadores – es decir, la justificación por la fe. Esta postura empezó ya con el hecho de que él no consideraba "el pecado original", "la caída del hombre", como una culpa colectiva delante de Dios, sino que la interpretaba antropológicamente: el estar atado del hombre a su sensualidad y su egoísmo. Pestalozzi no compartía la idea de que esta culpa colectiva fuera compensada con la muerte de Jesús en la cruz y que aquéllos que creían en Jesús y aceptaban en la fe su obra de salvación estuvieran justificados ante Dios. Jesús para él era ideal y salvador divino por su ejemplo y sus enseñanzas, pero además, también una persona-espíritu, a la cual quería y hacia la cual desarrolló una relación francamente mística. Así pues, la pregunta de si Pestalozzi puede ser considerado o no como cristiano, se decide siempre sobre la base del punto de vista teológico de aquellas personas que desesarían tener la respuesta a esta pregunta.