Las concepciones de Pestalozzi sobre la naturaleza y el funcionamiento del Estado
Legitimación del Estado
Desde la temprana juventud era la intención de Pestalozzi ser activo "para la patria", es decir en la vida pública, y durante toda su vida se esforzó por entender la naturaleza y el funcionamiento de un Estado ideal. Sus razonamientos político-filosóficos están formulados en numerosos escritos, empezando por el escrito temprano "Sobre la libertad de mi ciudad natal" (Von der Freiheit meiner Vaterstadt) (1779), pasando por "Investigaciones" (Nachforschungen) (1797) y la "Inocencia" (Unschuld) (1815) hasta el "Discurso de Langenthal" (Langenthaler Rede) (1826).
Pestalozzi ve en el Estado una institución que se deduce lógicamente de la naturaleza del hombre. En las "Investigaciones" (Nachforschungen) describe al hombre como un ser contradictorio. Esto radica en el hecho de que la existencia humana se desarrolla en tres maneras de ser diferentes: natural, social y – si el hombre opta por ello – moral. Para reconocer la significación del Estado, hay que aclarar sobre todo la relación entre el estado natural y el social.
El problema básico del hombre natural (aún no "moral") es el egoísmo. Tiene en todo caso dos caras: Por una parte, sirve a la autoconservación y al aumento del bienestar propio, por otra parte, le lleva al hombre al conflicto con los conciudadanos. El egoísmo, sin embargo, le empuja al hombre también hacia la socialización, con todas sus molestas exigencias y contradicciones, porque se promete una satisfacción más fácil de sus necesidades mediante su participación en los procesos sociales. La satisfacción de las necesidades colectivas exige la existencia de la propiedad. Esto, en cambio, solo se puede mantener sobre la base de un pacto de todos los individuos de no tocar la propiedad de los conciudadanos, al tiempo que los demás lo cumplen también. Un acuerdo análogo se refiere a la seguridad del cuerpo y de la vida. Estos pactos crean derechos y obligaciones: crean el derecho a disponer de sus bienes y a poder disfrutar de la vida en seguridad, así como crean la obligación de abstenerse de la apropiación de la posesión ajena y de la agresión a la vida de los prójimos.
Desde el punto de vista de Pestalozzi, para el hombre social unas obligaciones representan en principio una exigencia desconsiderada, porque contradicen a su egoísmo, que no se ha apagado por la mera socialización. El hombre dirigido por el egoísmo reclama los derechos con la misma naturalidad con que percibe como molestas las obligaciones. De ello resulta que quedan preprogramados conflictos de toda clase. Pero estos conflictos deben, según los acuerdos arriba mencionados, ser resueltos no a puñetazos (como en el mero estado natural), sino en el marco de la ley, a la cual están sometidos todos los participantes en un conflicto. De ello resulta la legitimación del Estado. Sus tareas son, por una parte, puramente formales, por otra, están definidas por el contenido. Desde el punto de vista de su función formal, tiene que editar leyes y vigilar su cumplimiento, de manera que los individuos, en el caso del conflicto, no recurran a la violencia personal y caigan en la lucha de todos contra todos ("estado natural pervertido"). Los contenidos fundamentales de su legislación se refieren a la seguridad del hombre en cuerpo y vida y a la protección de su patrimonio.
El poder del Estado
Como ya se ha mencionado, la simple socialización no elimina el egoísmo. Esta condición previa (egoísmo no superado) es la causa de que vuelvan a darse siempre hombres o grupos que amenazan físicamente a otros o que se quieren apoderar de sus posesiones. Desgraciadamente, no hay contra ello otro remedio que la contraviolencia de aquella institución que es responsable de la seguridad. El Estado, sin embargo, sólo puede garantizar esta seguridad, mientras esté en posesión del poder y lo emplee de tal manera, que los miembros individuales no quieran ni puedan resolver sus conflictos por la violencia. Pestalozzi está muy lejos de desear un Estado débil. Sólo si el Estado posee de verdad e indiscutiblemente el poder, puede corresponder a aquellos deberes cuyo cumplimiente en realidad fundamentan y justifican su existencia.
Poder y derecho
Para Pestalozzi es un hecho de experiencia que los mismos portadores del poder del Estado pueden abusar de él, usándolo, en vez de para el bien del pueblo, para su opresión y explotación. Según Pestalozzi, el poder nunca debe reinar de manera autoritaria, sino tiene que estar siempre sometido al derecho.
¿Pero qué es el derecho? Para Pestalozzi no basta el mero hecho de que una disposición pueda ser dictada e impuesta con poder del Estado, para ser considerada como "legítima" en el sentido propio. Esto es tan sólo la letra. Él exige más de la ley: Tiene que corresponder al "espíritu de la justicia", sólo entonces es también legítima. Éste es el caso, cuando el derecho legislado está de acuerdo con el ser de la naturaleza humana y con el objetivo básico de la cohesión social. Esto, por otra parte, sólo es el caso, cuando el derecho no se entiende como reclamación del egoísmo, sino como protección de cada uno frente a toda clase de egoísmo, como protección de todos. En consecuencia, Pestalozzi, en su escrito "¿Si o No?" (una toma de posición redactada en 1792/93 frente a la Revolución Francesa) se pronuncia con vehemencia contra la opinión de que "derecho" significaba poder hacer todo lo que no estaba prohibido. Por otra parte, cuando habla de "derecho", se refiere sólo a unos derechos de cogestión del pueblo muy limitados. "Derecho" es para él, en primer lugar, el aseguramiento legal de cada ciudadano contra abusos arbitrarios del poder del Estado y contra obligaciones forzadas que se oponen al ser de la naturaleza humana, así como también contra la posibilidad de que otros ciudadanos puedan explotarle o presionarle. "Derecho" no es finalidad en sí, sino un medio para una existencia en dignidad humana.
Para imponerse, este derecho también necesita el poder. El poder es, pues, ambiguo: Cuando está de acuerdo con el derecho para que en el país reinen la justicia, la seguridad y el bienestar del pueblo, entonces, según la expresión propia de Pestalozzi, es "sagrado", pero, cuando es un instrumento de la pura arbitrariedad, es cruel y dañino. "El poder y todas sus consecuencias son sagrados, si el hombre que lo posee reconoce el derecho de su especie (es decir "del hombre", AB) y le es fiel." "No el poder, sino el hombre que lo posee es el culpable de la perdición de su especie" (PSW 12, 49). Poder y derecho dependen, pues, uno del otro: Sin poder, el derecho no tiene efecto, sin derecho, el poder es brutal.
Aseguramiento de la satisfacción de las necesidades
La introducción del derecho y el velar por el cumplimiento del derecho y de la ley, para que los hombres puedan sentirse mejor y su propiedad quede intacta, según Pestalozzi, son tareas directas del Estado, que tiene que cumplir él mismo. Según su convicción, hay, sin embargo, a parte de esto, unas tareas importantes, para cuyo cumplimiento el Estado, si bien no tiene que desempeñarlas él mismo, tiene que crear el marco jurídico necesario.
Forma parte de estas tareas indirectas, en primer lugar, el aseguramiento de la satisfacción de las necesidades. Pestalozzi no considera como tarea del Estado descargarle al individuo de la satisfacción de sus necesidades, sino sólo posibilitárselo en salvaguardia de la dignidad humana. Esto el Estado lo realiza, por de pronto, a través de la protección de la propiedad. Pero, además, el Estado no debe cerrar los ojos ante el hecho de que la propiedad, en manos del individuo, tiene la tendencia de crecer siempre a costa de los más débiles y de arruinarles. Pero es precisamente esto lo que Pestalozzi quisiera evitar: Para él es una contradicción al carácter del derecho social, el hecho de que al individuo se le permita emplear su siempre creciente propiedad en perjuicio de los demás ciudadanos. El Estado, pues, no tiene que proteger exclusivamente la propiedad, sino tiene que intervenir también en el curso de la economía.
Para Pestalozzi, la eliminación de la propiedad privada no estaba, por cierto, en discusión, porque con ella se habría perdido la obligación del individuo de cuidar él mismo de sí y de sus familiares dentro de lo posible. Pestalozzi considera este "autocuidado" (Selbstsorge) como fundamento esencial para la autorealización del hombre: Le obliga a emplear sus fuerzas y, así, a desarrollarlas. Por esta razón, no es necesaria la eliminación, pero sí una creciente limitación de la libre disponibilidad de la propiedad, en proporción a su creciente volumen. Según la experiencia de Pestalozzi, el mayor propietario, mediante su propiedad, suele siempre llevar a la dependencia de él un número más o menos grande de personas. Así pues, la propiedad que aumenta tiene que ser cargada con las necesidades de los más débiles – si ha de seguir siendo socialmente legítima. El Estado, mediante una legislación sabia, debe obligar a los propietarios a emplear su propiedad de manera que resulte ventajosa también para los más débiles.
Libertad en el Estado
Con la cuestión por la libre disponibilidad de los bienes propios queda tematizado también el problema de la "libertad" de cada ciudadano. La pretensión de poder hacer y dejar de hacer todo lo que sirve a las exigencias egoístas, como individuo dentro del Estado y de la sociedad, es, según Pestalozzi, expresión del estado natural pervertido – él llama esta libertad "libertad natural" – y, por tanto, una contradicción de principio a la cohesión social. Ningún Estado puedo o debe concederle al individuo la plena libertad natural, sino, al contrario, tiene que limitarla, en cuanto existe el peligro de que la emplee para perjuicio palpable de los prójimos y de la sociedad.
La medida de esta limitación no está dada de antemano, sino que depende de las circunstancias sociales respectivas. Según Pestalozzi, corresponde, sin embargo, "al espíritu del libre arte de gobernar, no menoscabar la libertad humana ni un pelo más de lo que exige la obligación de justicia general del Gobierno para la prosperidad general del pueblo" (PSW 1, 219). El Estado tiene, pues, que concederle al hombre en estado social el mayor espacio posible de libertad y, además, protegerle de los abusos de los otros ciudadanos. La expresión clara de esta libertad social es la independencia del ciudadano. Para Pestalozzi, la imagen ideal del ciudadano no es, por tanto, el individuo dirigido como una marioneta por el Estado, sino el hombre independiente, capaz y con intención de contribuir a la satisfacción de las necesidades propias y de las de sus familiares, pero de contribuir también al desarrollo positivo de la vida social y del Estado.
La libertad social – entendida como espacio libre para la independencia – para Pestalozzi no puede nunca, por tanto, ser finalidad en sí misma; es siempre sólo un medio para un fin. Así escribe ya en 1779: "Sin el objetivo final del bienestar doméstico, esta bendición suprema de la humanidad, sería inconcebible que un pueblo buscara la libertad por la vía del sacrificio" (PSW 1, 215). La libertad, al igual que el Estado, no existe para sí misma, sino ha de servir siempre a una vida del individuo con dignidad humana. Por ello tampoco puede ser considerada como el derecho de poder hacer todo lo que no está prohibido. La reclamación de libertad no es, por tanto, una pretensión egoísta del ciudadano, sino una norma de obrar para el legislador y los gobernantes, en el sentido de dejarle al individuo el mayor ámbito posible de libertad, no para que en él se desfogue su egoísmo, sino para que en él se perfeccione como ser humano.
Garantizar la educación
Por consiguiente, las pretensiones de un uso justo del poder y de una utilización razonable de la libertad social se quedan en meros sueños dorados, si el hombre actúa exclusivamente por egoísmo, es decir: si no se desarrolla, al mismo tiempo, la naturaleza superior en el individuo. Esto requiere que sean formados tanto los gobernantes para la "capacidad de gobernar", como los ciudadanos para la "capacidad de libertad". Si esto no sucede, el derecho degenera en mera letra de la ley, de la cual se aprovechan los socialmente más fuertes para imponerse contra los más débiles. El Estado se puede conservar como Estado a lo sumo según la forma, pero nunca puede corresponder a su íntima misión, si no se propone también la educación del hombre como tarea suya. A este respecto, hay que tener en cuenta, sin embargo, que no se trata de una tarea directa del Estado, sino de una tarea indirecta: El éxito de la educación se basa en la influencia moral de personas individuales sobre los prójimos y no puede, por tanto, de ningún modo ser garantizado por el Estado como tal. El Estado sólo puede – y debe también – crear el marco social que posibilita formacion y educación.
Portadores del poder
Según la convicción de Pestalozzi, el Estado tan sólo puede cumplir sus tareas – garantía de la seguridad, protección de la propiedad, garantía de un espacio libre para la independencia del ciudadano, preocupación por una satisfacción justa de sus necesidades y educación – sobre la base del poder sometido al derecho.
En este punto se plantea otra cuestión: ¿Quien ha de ser portador del poder? Hasta poco antes de la Revolución Francesa, Pestalozzi mantuvo la opinión de que el poder concreto de gobernar no tenía que estar en manos del pueblo, sino en manos de personas excelentes y formadas. (En aquel tiempo, difícilmente podían someterse a discusión derechos políticos de cogestión para mujeres.) Él comprendía de palabra el principio de la aristocracía. Tenían que ser los efectivamente mejores quienes gobernasen. La democracia directa, que le permite decidir incluso en muchas cuestiones particulares a la mayoría correspondiente, era para él sospechosa, porque había visto que el pueblo no estaba formado y, según su convicción, el estar formado y educado era la condición irrenunciable para la cogestión y el ejercicio del poder de gobernar en el Estado. Pestalozzi era demócrata en cuanto exigía sin cesar que al pueblo le tenía que ser posible eligir su propio Gobierno. Pero, cuando alguien estaba destinado para el Gobierno, tenía que poder gobernar con un poder, si bien controlado y anclado en el derecho, pero, sin embargo, indiscutido para la totalidad del pueblo. Pestalozzi demuestra esto en "Lienhard y Gertrud" con el ejemplo del joven noble Arner, que realiza decididamente su proyecto de reforma.
La adhesión perseverante de Pestalozzi a una forma de Estado aristocrático no nace, sin embargo, en manera alguna del interés de asegurarles sus privilegios personales a los aristócratas hereditarios. Guarda relación, al contrario, con la idea de que lo bueno "viene de arriba": de Dios al hombre, del padre al niño, del príncipe al súbdito. La confianza de Pestalozzi en la democracia creció en la medida en que vió la posibilidad de que, mediante una educación adecuada, "lo bueno sale de dentro", del interior de cada ser humano, debidamente formado. Es que Pestalozzi veía desde siempre que también lo malo puede venir "de arriba". Así escribió en 1785, "que, después de todo, la vida ociosa de las personas de autoridad y de clase señorial era la principal causa de la perdición miserable que reinaba en las clases bajas" (PSW 3, 97). En el fondo, escribió la segunda versión de "Lienhard y Gertrud" (1790/92) con la clara intención de sacudir para despertar a los príncipes y de recordarles sus obligaciones. Pero la esperanza de Pestalozzi de que los nobles podrían encontrar la fuerza para el cambio interior y, así, evitar la revolución fué frustrada. Al principio puso sus esperanzas en la Francia revolucionaria, cuya Asamblea Nacional en 1792 le nombró como único suizo ciudadano de honor francés. Pero, impresionado por los horrores de los asesinatos de septiembre 1792, se apartó en su interior de nuevo de las ideas de Francia. Cuando en 1798 se hundió la Antigua Confederación, se puso de lado de los renovadores y apoyaba activamente las iniciativas de reforma del nuevo Gobierno Helvético.
Las experiencias con la Revolución Francesa hicieron más bien revivir sus prejuicios frente a la democracia. Ya hemos mencionado que él veía justificada la democracia sólo en combinación con esfuerzos muy fundamentales para la educación. Como ahora veía delante de sí la furia de las multitudes, con la mejor voluntad del mundo, no pudo reconocer en aquello el resultado de una educación verdadera. Así escribió en 1815: "Yo soy republicano, pero no un republicano para grandes naciones. Soy un republicano para municipios urbanos y rurales pequeños, pero organizados como noblemente republicanos" (PSW 24A, 10). En unidades pequeñas que se pueden abarcar con la vista, según su opinión, les es posible a los ciudadanos entenderse concretamente unos con otros, asumir responsabilidad y, además, encargársela a los capaces de asumirla. Mas en un Estado pequeño los hombres se pueden formar hasta llegar a aquella madurez política que se requiere para el cumplimiento de esta tarea. Para Estados grandes, sin embargo, Pestalozzi veía el riesgo de que el individuo perdiera su responsabilidad propia en la masa que se está formando y llegue a ser más manipulable en manos de unos instigadores hábiles. Sin pronunciarlo en el lugar citado, lógicamente veía para Estados grandes el poder del Estado en manos de la aristocracia ilustrada (formada y comprometida en el bien común).
Existencia individual y existencia colectiva
La pregunta por el carácter del Estado siempre plantea la cuestión de la relación entre el individuo y el colectivo. Pestalozzi ha dedicado a esta problemática grandes partes de su escrito "A la inocencia, la seriedad y la nobleza de mi época y de mi patria" (An die Unschuld, den Ernst und den Edelmut meines Zeitalters und meines Vaterlandes) (1815). Recordando los tres estados, se ocupa de manera especial de la relación entre el estado social y el moral. Demuestra así que en el estado social se recurre a la "existencia colectiva" del hombre; en el estado moral, sin embargo, se recurre a su "existencia individual".
Con "existencia colectiva" del hombre Pestalozzi entiende varias cosas: en primer lugar, la participación concreta en unos colectivos personales (el pueblo, los habitantes de una aldea, una asociación, una autoridad), en segundo lugar, el aspecto colectivo del individuo en el sentido de papeles (padre, esposa, pagador de impuestos, enfermera, elector) y, en tercer lugar, al hombre en la dinámica concreta de una masa real, donde corre el peligro de perder su conciencia personal y de delegar su propia responsabilidad en la voluntad sorda de la masa sin conciencia que actúa en consecuencia.
Es decisiva, pues, la convicción de Pestalozzi: En ninguno de estos casos se expresa el ser más íntimo de la individualidad respectiva. Esto acontece tan sólo cuando llega a manifestarse la "existencia individual" del hombre. Entonces no se le capta en sus papeles sociales, sino en su peculiaridad y en sus relaciones, únicas e inconfundibles, de alma y espíritu con el prójimo, con el mundo, con Dios y consigo mismo.
En la comparación de la existencia colectiva con la individual se hace, evidentemente, una valoración: La primera, la existencia colectiva, es un medio para el fin de la segunda, la individual. Así pues, el Estado existe para el hombre, y no al revés.
Esta posición privilegiada de la existencia individual frente a la colectiva no autoriza a nadie, sin embargo, a sustraerse de las obligaciones sociales y del Estado, porque, según Pestalozzi, el hombre no debe pretender ni moralidad pura ni – por consiguiente – la realización exclusiva de su existencia individual. La existencia colectiva es una parte de su existencia, de la cual no puede deshacerse. El individuo tiene, por tanto, que poder afirmar también que es considerado y utilizado como ser colectivo. Además, el hombre que se esfuerza por su moralidad está absolutamente en condiciones de elevar sus obligaciones colectivas, caso por caso en sí mismo, al nivel del escalón moral, puesto que es capaz de reconocer su significado y su necesidad para el bien de la comunidad y contribuye a ello con su esfuerzo, renunciando a ventajas personales por un motivo social.
La distincción entre existencia colectiva e individual del hombre le plantea a la política la pregunta de qué ámbitos han de ser tratados por el Estado bajo el punto de vista de la existencia colectiva y cuáles, como asunto de la existencia individual. Según Pestalozzi, el Estado no puede de ninguna manera garantizar igualdad de condiciones ante la ley, por una parte y, por la otra, considerar a cada hombre siempre como individualidad única. De manera que no le queda más remedio que considerar al ser humano bajo el aspecto colectivo, por ejemplo, en el ámbito del orden público, de la jurisdicción, de las finanzas y del ejército. Por otro lado, sin embargo, hay, según Pestalozzi, ámbitos que en primer lugar tienen que ser considerados y tratados como asunto de la existencia individual del hombre. Menciona de forma explícita la religión, la educación y la formación, así como la asistencia a los pobres. Son aquellos ámbitos, donde no están en discusión el perfeccionamiento de cosas y sistemas, sino el cuidado y el desarrollo del mismo hombre. Aquí al Estado no le es posible obrar por sí mismo, sino tan sólo puede posibilitar lo deseable: mediante una legislación que favorezca la iniciativa, la responsabilidad propia y la moralidad de los individuos.