Pestalozzi y la pobreza
En el curso de su vida, Pestalozzi se ha ocupado de muchos problemas: de la economía en general y de la agricultura y la industria algodonera de modo especial, de política, antropología, formación y educación, filosofía del conocimiento, jurisdicción, ejecución de la pena, costumbres públicas, religión y otros más. Muchas cosas sólo le preocupaban temporalmente, pero un tema no le abandonó durante toda su vida: la pobreza. En sus años de joven ya manifestaba con firmeza "que la búsqueda de los caminos de cómo la educación del pobre podía ser facilitada y, mediante institutos sencillos, sin duda conseguida, iba a ser la única empresa de (una) su vida" (PSW 1, 185). Y cuando, a la edad de 81 años, yaciendo en el lecho de muerte, hundido en profunda tristeza sentía como destruída la obra de su vida, lamentó la suerte de los pobres: "¡Y mis pobres, los pobres oprimidos, despreciados y marginados! ¡Pobres, también se os abandonará y se os discriminará como a mí!" (Walter Guyer, Pestalozzi, eine Selbstschau, Zurich 1926, pg. 173).
Ya desde su infancia, Pestalozzi se encontró con la pobreza. Su familia, por cierto, pertencía a las privigeliadas de la ciudad de Zurich, pero su padre, que nunca tuvo éxito económicamente, murió a los 33 años, cuando el joven Heinrich tenía tan sólo cinco. Con ello, la familia se hundió en la pobreza y sólo podía mantenerse más o menos a flote gracias a la sacrificada ayuda de la sirvienta. En casa del abuelo, que era pastor en Hoengg, cerca de Zurich, Pestalozzi llegó a conocer la mucho mayor necesidad y la miseria de la depauperada población rural. Allí vio cómo los niños se echaban a perder, por una parte, a causa del trabajo a domicilio en la industria algodonera y, por otra, por las escuelas indescriptiblemente malas, perdiendo su naturalidad y fuerza heredadas y, todavía niño, decidió hacer, en el futuro, todo lo que ayudara a los pobres.
En las cartas a su futura esposa, hizo asimismo planes para poder ayudar a los pobres como campesino. Y, cuando luego fracasó él mismo como campesino, transformó su granja en un instituto para pobres y recibía en su casa un número considerable de niños. Pero también esta empresa fracasó, de manera que el mismo Pestalozzi se hundió en la pobreza más extrema. La profesión de escritor, por cierto, le producía algún que otro ingreso, pero apenas era suficiente para sobrevivir. En 1802 escribió a Heinrich Zschokke: "¿No lo sabías? ¡Durante treinta años mi vida ha sido una confusión económica constante y una lucha contra un apuro enfurecedor de la pobreza más extrema! ¿No lo sabías, que durante treinta años me faltaba lo necesario para vivir; no sabías que hasta hoy no puedo visitar ni la sociedad ni la iglesia, porque no estoy vestido y no puedo vestirme? ¡O Zschokke! ¿No sabes que por la calle soy objeto de la burla del pueblo, porque parezco un mendigo? ¿No sabes que más de mil veces no me he podido permitir una comida y que al mediodía, cuando incluso los pobres estaban sentados en sus mesas, me comía con rabia mi pedazo de pan en las calles?" (PSB 4, 109).
Como el mismo Pestalozzi atestigua, esta propia vivencia de la pobreza le abrió más los ojos a la pobreza de los demás: "Ahora, estando yo mismo en la miseria, llegué a conocer la miseria del pueblo y sus causas de manera cada vez más profunda y de una manera como ningún ser feliz la conoce. Yo sufrí lo que sufría el pueblo, y el pueblo se me mostró como era y como no se mostraba a ninguno. He estado sentado entre ellos durante largos años como la lechuza entre los pájaros. Pero en medio de la irrisión de los hombres desdeñosos, gritándome fuertemente: ‘¡Miserable! Eres menos capaz de ayudarte a tí mismo que el peor jornalero, ¿y tú crees poder ayudar al pueblo?’ En medio de este grito de risa burlona que podía leer en todos los labios, la potente corriente de mi corazón no dejó de aspirar sola y únicamente al objetivo de cerrar las fuentes de la miseria en la cual veía hundido el pueblo alrededor de mí" (PSW 13, 184).
Heinrich Zschokke, el destinatario de la carta de 1802 arriba mencionada, quería ayudarle, pero Pestalozzi no quiso aceptar limosnas. Más bien le pidió que interviniera en la venta de sus escritos para poder volver a abrir, por fin, su Instituto para pobres. El hecho de que tres años antes, el Instituto de Stans donde, finalmente había tenido la posibilidad de ser nuevamente activo en la práctica, había sido cerrado por disposición de las autoridades – nota bene, por influencia decisiva del mismo Zschokke – Pestalozzi no lo había olvidado en absoluto. Bien es cierto que el ulterior camino de su vida le llevó posteriormente a ocuparse más de la mejora de las escuelas, pero la preocupación por los pobres seguía siempre viva en el fondo de su pensar y de su obrar. Cuando su trabajo educativo en Burgdorf le había producido estima en el mundo entero, escribió en una carta: "Lo esencial que tiene que hacerse es una escuela para pobres en el espíritu del método (expresión que solía emplear para denominar su teoría educativa; AB), que, como ejemplo para la formación de los pobres, tiene que ser llevada a un alto grado de perfección" (PSB 4, 176).
Incluso en Yverdon, donde su Instituto prosperaba visiblemente atrayendo la atención de Europa, aspiraba siempre a una mejora de la situación de los pobres. En el año 1805 nació toda una serie de escritos importantes sobre la pobreza, como "Objetivo y plan de un instituto de educación para pobres" (Zweck und Plan einer Armeneerziehungsanstalt). Y en 1807, estando en el apogeo de su fama, con vistas a su Instituto, escribió a una colaboradora: "Lo que tengo aquí, no es lo que quiero: Yo buscaba y sigo buscando un instituto para pobres, eso es sólo hacia lo que se dirige mi corazón" PSB 5, 250). Cuando, en 1818, vió la posibilidad de publicar sus escritos reunidos en la editorial Cotta, ‘regaló’ unos 35 000 francos de la ganancia esperada para la apertura de un instituto para pobres antes de que tuviera en mano ni un solo franco. Mas en el mismo año fundó un instituto y una escuela para pobres en Cindy, cerca de Yverdon. Escribió a un amigo: "Mi obra está salvada. Dios la salvó. Está prosperando en mi Instituto para pobres con una fuerza y una seguridad que me convierten cada hora de mi vida actual en la más alegre bendición ... Estoy feliz. Cuan infeliz fui antes, tanto más feliz estoy ahora. Hay momentos en los cuales llego a pensar que soy el hombre más dichoso que vive en la tierra" (PSB 11, 311). Cuando, en 1826, volvió su vista atrás sobre su vida, escribió: "No, mi Instituto, como salió en Burgdorf en cierto modo del caos y llegó a desarrollarse en Iferten (Yverdon) hacia informalidades sin nombre, no constituye la finalidad de mi vida" (PSB 28, 251). Y, cuando siendo ya un anciano de 79 años, tuvo que abandonar su Instituto debido al desgraciado conflicto entre los maestros por causa de su sucesión, volvió a su Neuhof con la intención de fundar, junto con su colaborador Joseph Schmid, un instituto para pobres sobre una base industrial y reconstruir de esta manera, lo que se había hundido hacía 45 años,.
Intentemos imaginar las razones por las cuales en el tiempo de Pestalozzi la pobreza era un fenómeno tan corriente. Existen ciertamente razones personales como, por ejemplo, la falta de capacidad y esfuerzo o una debilidad de carácter, por las que un ser humano puede hundirse en la pobreza. Por otra parte, unos golpes del azaroso destino pueden conducir a una vida en la miseria. Hay que pensar que en los tiempos de Pestalozzi no existía ninguna clase de seguros contra enfermedades, contra incendios o muerte precoz del mantenedor de una familia. Quien estaba afectado por ello en la mayoría de los casos solía caer en la miseria.
Las principales razones para la pobreza generalizada eran, sin embargo, de origen social: En primer lugar, hay que recordar que, en el curso de los siglos, la clase campesina era cada vez más gravada con contribuciones públicas, que a menudo se tragaban más de lo que producía el suelo. La legislación fiscal era a veces tan disparatada, que para un campesino era más rentable dejar sus campos en barbecho que trabajarlos. Una contribución de muchos siglos era el así llamado "diezmo": en un principio un impuesto natural (animales, cereales, frutos, etc.), que al principio comprendía la décima parte de la cosecha agrícola y que, sin embargo, en parte había aumentado arbitrariamente. En la región de Zurich existían dos pueblos cuya población vivía en opulencia visible, mientras que todos los demás habían empobrecido totalmente. La única razón consistía en el hecho de que estos dos pueblos estaban librados del diezmo por causa de unos derechos antiguos. Con ello, el efecto destructivo del diezmo estaba a la vista de todos. No es de extrañar, pues, que Pestalozzi, en el curso de la Revolución, interviniera con vehemencia en la abolición del diezmo. Escribió tratados fundamentales sobre esta cuestión, lo cual pone de manifiesto su profundo conocimiento de los aspectos históricos, jurídicos y económicos en materia de impuestos.
Además hay que considerar que, con el crecimiento paulatino de la población, el suelo agrícola aprovechable empezó a escasear en general. Los hijos de campesinos se veían forzados a buscar otras fuentes de ingresos y las encontraban en la entonces naciente industria textil. Campesinos sin tierras se transformaban poco a poco en obreros de fábrica. Pero la producción industrial no causaba en absoluto un bienestar general, puesto que debilitaba la artesanía y la industria originales y con frecuencia explotaba sin escrúpulos a los campesinos y artesanos caídos en el desempleo. Es cierto que, especialmente en la segunda mitad del siglo 18, mediante el trabajo industrial entraba a veces mucho dinero a los pueblos de Suiza, pero Pestalozzi tuvo que reconocer que las personas acostumbradas a la pobreza no sabían manejarlo y, que, por esta vía, apoyaban las tendencias inflacionistas que, poco a poco, hacen de un propietario de dinero un hombre pobre. En otras palabras: Dado que la riqueza relativa ya no radicaba en bienes raíces productivos, sino en capital monetario, se vió expuesta a aquellas vacilaciones y destrucciones que periódicamente sacuden el sistema monetario.
Dirijámosnos ahora al caracter de la pobreza como lo vio Pestalozzi. Sin profundizar mucho, la pobreza podría definirse de manera puramente económica: como falta de capital para la satisfacción de necesidades elementales y otras menos imprescindibles. El remediarla sería pues también una medida puramente económica. Pestalozzi ve la pobreza, sin embargo, de manera más diferenciada. En un primer paso, distingue entre un grado de pobreza soportable, que hoy en día llamaríamos "condiciones modestas", y un grado de pobreza total, en la cual el hombre sufre hambre, pasa frío, no recibe ni ayuda ni cuidado en la enfermedad y se ve totalmente entregado a una existencia extremadamente abrumadora. Pestalozzi denomina esta forma de la pobreza normalmente con la palabra "miseria".
Esta distincción es significativa, en cuanto que Pestalozzi, en principio, no considera negativa la primera forma de la pobreza – las condiciones de vida modestas, – sino incluso la ve positiva.
La valoración de la pobreza en un principio positiva radica, en primer lugar, en la convicción de Pestalozzi de que no puede ser el sentido de nuestra existencia el poseer cada vez más. Una vez satisfechas las necesidades básicas, el hombre puede dedicarse a sus tareas vitales esenciales: al desarrollo del propio "ser hombre" en el sentido de la adquisición de la dimensión moral y del servicio a la comunidad. Además, esta vida en condiciones modestas es, en principio, positiva, pues obliga al individuo a emplear a fondo sus fuerzas y a desarrollarlas mediante este esfuerzo. Para Pestalozzi la pobreza significa, pues, una auténtica oportunidad y según su opinión no puede ser un fin deseable la eliminación de esta oportunidad. Más bien hay que hacerla aprovechable. Por esta razón, para Pestalozzi la educación de los pobres no es "educación de la pobreza hacia el bienestar", sino siempre "educación para la pobreza". Así pues, escribe la célebre frase: "El pobre ha de ser educado para la pobreza" (PSW 1, 143), que ha sufrido muchas interpretaciones y, probablemente, también equivocadas. Del contexto en su con se deduce, sin embargo, claramente: Se trata de ayudar al ser humano adolescente a desarrollar, por la propia superación de las condiciones vitales percibidas como limitantes, aquellas fuerzas que le posibilitan ser hombre en lo esencial. En esta frase se halla, además, su grano de realismo: Pestalozzi sabía de sobra que los niños que recogía de la calle y de la mendicidad, después de la estancia en su Instituto, tenían que regresar a unas condiciones muy pobres y que no se les habría ayudado verdaderamente, acostumbrándoles en el Instituto a una buena vida sosegada.
Pestalozzi afirmaba, sin embargo, incesantemente que la pobreza de por sí no vuelve moral al hombre, sino que, al contrario, en ella se hallan muchos estímulos para la amoralidad y el abandono interior. La pobreza es únicamente una oportunidad, pero ningún valor de por sí. Sólo se torna valiosa, cuando es aprovechada por la voluntad del educador moral.
Cuando, sin embargo, la pobreza ha tomado la forma de la miseria, cuando el hombre vive en suciedad y hambre, entonces esta condición de vida ya no ofrece ninguna oportunidad para desarrollar el humanismo. Pestalozzi lo dice con toda claridad: "En el fango de la miseria, el hombre no llega a ser hombre!" (PSW 3, 223). Es, pues, tarea de la política y del Estado eliminar la miseria mediante ayuda económica directa. Porque el miserable se ha hundido tan profundamente, que él mismo ya no se puede ayudar.
Si ahora nos preguntamos con qué medios Pestalozzi quería llevar a cabo la educación del pobre para la pobreza, figura en primer lugar la habituación del niño a unas condiciones de vida limpias y ordenadas, aunque pobres, en las cuales eran cosa natural la economía, una actividad cautelosa y un trabajo competente regular para la ganancia del pan de cada día. Al mismo tiempo, reconoció que el tiempo de la vida exclusivamente o prevalentemente agraria se había acabado y que, por ello, el hombre tenía que aceptar, en principio, las nuevas formas de producción de la industria, aprendiendo a vivir con ellas. El pobre sin tierras, en particular, no podía contar con poder ganarse un día la vida como campesino. Su destino era el trabajo en la fábrica y acaso podía producir él mismo parte de la alimentación para él y su familia en un pequeño campo. Por ello, Pestalozzi en el Neuhof combinaba su Instituto para pobres, por una parte con una pequeña fábrica, en la cual los niños aprendían a hilar y tejer y, por otra, con su granja agrícola de siempre, en la cual aprendían la "pequeña agricultura", es decir, el cultivo intensivo de un campo reducido. En todos los planes posteriores para la educación de los pobres, la actividad práctica, productiva, jugaba un papel importante.
En la práctica esto significaba: trabajo infantil. En el tiempo de Pestalozzi el trabajo de menores era natural y difícilmente se le habría ocurrido excluir por principio a unos niños capaces de trabajar de la colaboración en la empresa casera o, incluso, en la industria doméstica, por el mero hecho de que no habían llegado a cierta edad, por ejemplo, a los 15 años. Según su experiencia, no era el trabajo lo que estropeaba a los niños, sino la ociosidad. Lo que sí era decisivo, sin embargo, eran los motivos por los cuales se les dejaba trabajar a los niños: para educarles en el trabajo y a llegar a ser personas o para enriquecerse mediante mano de obra barata. Pestalozzi rechazaba vehementemente la idea de un abuso tan detestable del ser humano joven: "No, el hijo de los miserables, de los perdidos, de los desgraciados no existe solamente para impulsar una rueda, cuya marcha levanta a un burgués orgulloso – ¡no! ¡no! para esto no existe! Abuso de la humanidad – ¡cómo se subleva mi corazón! ¡O, que mi último respiro vea todavía en cada hombre a mi hermano y que niguna experiencia de maldad e indignidad me debilite la sensación deliciosa del amor!" (PSW 1, 159).
La educación para el trabajo y mediante el trabajo estaba, pues, en primer plano. Pero como Pestalozzi nunca consideraba la pobreza sólo como un síntoma de carencia y, dado que tampoco quería llevar a los niños solamente a un funcionamiento social sin dificultades, no podía ni quería quedarse allí. La educación para el trabajo tenía que estar incluída en una educación humana integral. No sólo la mano, sino también la cabeza y el corazón tenían que ser formados. Por ello, Pestalozzi les enseñaba también a los niños de los mendigos a emplear sus sentidos, les enseñaba a pensar, a leer, a escribir, a calcular, y les instruía para que llegasen a conocer y comprender el mundo. En los años más jóvenes, Pestalozzi intentaba combinar el trabajo productivo con el aprendizaje escolar: Pretendía que los niños llegasen a ser tan hábiles hilando y tejiendo, que dominasen estas actividades automáticamente y, sin gran atención y, así, pudiesen escuchar al maestro, resolver problemas de matemática y hacer prácticas de lenguaje. Más adelante, Pestalozzi abandonó esta idea separando también en el tiempo el trabajar y el aprender escolar.
Pero, por encima de todo esto, estaba en el centro la formación del corazón, la formación moral-religiosa. Pestalozzi estaba convencido de que ésta no se podía conseguir a través de enseñanza verbal. Así escribió en "Lienhard y Gertrud" (Lienhard und Gertrud): "Es inútil que le digas al pobre: Hay un Dios, si para él no eres un ser humano; y al pobre y al huerfanito: Tienes un Padre en el cielo. Sólo si haces que un pobre delante de tí pueda vivir como un hombre, sólo si educas al huerfanito para que esto sea como si tuviera un padre, sólo así le muestras un Dios y un Padre en el cielo" (PSW 4, 426). Pestalozzi no se cansaba nunca de subrayar: El corazón de otro ser humano sólo puede ser dirigido por el corazón, y el amor del corazón se manifiesta en la acción solícita. Para el logro de la educación moral era, pues, decisivo que los niños pudieran experimentar la actividad del mismo educador de pobres, como una actividad de amor. Los niños tenían que ver todos los esfuerzos y todas las restricciones que se les exigía, integradas en una relación de amor que unía al educador con ellos.
En estose evidencia que la educación de pobres no representa una parte aislada de la educación, sino que es idéntica con la formacion del hombre en general. Cierto es que Pestalozzi primero buscaba la educación adecuada de los pobres, pero, posteriormente, como respetaba al hombre en el pobre y quería formar al hombre, encontró aquella educación que es adecuada al ser humano en general. Así escribió en 1806 sobre sus ensayos de educación: "Sus primeros resultados germinaron por compasión con el pobre en el país, para el cual buscaba asistencia y ayuda, pero no se quedaron en el círculo estrecho de las necesidades especiales de esta clase. Mis esfuerzos por hacer nacer de la esencia de la naturaleza humana la capacidad de ofrecerle ayuda al pobre, me llevaron muy pronto a unos resultados que me probaron irresistiblemente que todo lo que puede ser considerado como realmente formativo para el pobre y mísero, sólo lo es porque se comprueba como formativo en general, para la esencia de la naturaleza humana, sin tener en cuenta su estado social y sus condiciones. Vi muy pronto que riqueza o pobreza ni pueden ni deben tener influencia sobre la formación del hombre, capaz de cambiarle en su esencia y que, al contrario, hay que considerar al respecto, en cada caso necesariamente, independientemente y separado de todo lo casual y exterior, lo eternamente igual e inmutable de la naturaleza humana. Vivía en mí la convicción más profunda de que el hombre que está educado vigorosamente teniendo en cuenta esto último, dirijriía y conduciría la casualidad de su situación exterior, sea ella como fuere, siempre de acuerdo con esta fuerza desarrollada en su interior; y no sólo esto, sino que emplearía y utilizaría esta situación exterior para el fortalecimiento y el empleo de su fuerza interior, elevándose, incluso cuando los límites de su fuerza pusieran límites a su influencia sobre el exterior de su situación, por encima de este último y viviría en pobreza y sufrimiento tan satisfecho dentro de sí mismo, como lo podría estar en la mayor dicha y prosperidad" (PSW 19, 29).
Llegados aquí, entramos, por lo que se refiere al concepto de la pobreza, en una dimensión nueva. A quien le faltan los medios económicos es pobre sólo por fuera; sin embargo, si por su pobreza y en su pobreza está formado armoniosamente en todas sus fuerzas (capacidades) como persona, entonces es rico en su interior. Y de esta riqueza interior depende finalmente todo. Y Pestalozzi constata reiterademente – sin duda no sorprende – que la pobreza exterior (¡no la miseria!), en principio, es una condición mejor para la formación de riqueza interior, que la riqueza exterior. En consecuencia, cuando educa al pobre, no quiere llevarlo de la pobreza exterior al bienestar exterior, sino que quiere aprovechar la pobreza exterior para desarrollar en el pobre la riqueza interior.