Yverdon

1804-1825

Junto con tres maestros Pestalozzi, en la segunda mitad del año 1804, inició la organización de su nuevo Instituto en el castillo de Yverdon. Mientras tanto, empeoraba en Münchenbuchsee el ambiente entre los maestros y alumnos que se habían quedado allí, porque Fellenberg tomaba las decisiones de manera muy autoritaria y no permitía ninguna oposición. Por esto se mudaron a Yverdon también ellos colectivamente al cabo de algo más de medio año.

El Instituto de Pestalozzi en Yverdon llegó a ser célebre en poco tiempo y su impulso pedagógico irradiaba sobre todo hacia Alemania, de manera especial hacia Prusia, pero también hacia Francia, España, Italia, Inglaterra, Rusia y América. La dirección del Instituto estaba en manos de una comisión a la cual pertenecían, a parte de Pestalozzi, otros cuatro colaboradores. Ellos elegían un supervisor para cada materia de la enseñanza y se ocupaban de las finanzas.

El período propio de florecimiento del Instituto fueron los pocos años de 1807 a 1809. Entonces la escuela contaba 165 alumnos, 31 maestros y maestros ayudantes, 32 seminaristas en formación y 10 miembros de la familia Pestalozzi con su servidumbre, es decir, poco menos de 250 personas. Además formaba parte de la comunidad de Pestalozzi su Instituto para chicas en Yverdon, justo al lado del castillo, porque se les enseñaba y educaba por separado a chicos y chicas. En cuanto a lo económico, sin embargo, el Instituto tenía que luchar siempre con dificultades, porque Pestalozzi se contentaba con un precio de pensión demasiado bajo y, además, recibía a muchos niños de padres pobres sin pago alguno, con lo cual casi la tercera parte de los habitantes del Instituto no pagaba nada. Los maestros trabajaban prácticamente sin sueldo y sólo tenían comida y alojamiento. No existían ni presupuestos ni una contabilidad ordenada y, sobre todo, la imprenta asociada trabajaba siempre con grandes pérdidas.

La materia escolar se dominaba mayormente a base de trabajo y enseñanza en grupos. A los alumnos que habían comprendido algo, en seguida se les empleaba como maestros para sus condiscípulos. El tiempo de enseñanza era casi el triple de lo que hoy suele ser normal en las escuelas de Suiza o Alemania, es decir, alrededor de 60 horas semanales. Se enseñaba matemáticas (aritmética y álgebra), morfología, dibujo, geografía, historia, lengua alemana y francesa, religión, ciencias naturales (química, física, zoología, botánica), latín, gimnasia, canto, contabilidad y redacción de cartas. El horario, sin embargo, no era siempre igual, porque el Instituto de Pestalozzi se autopercibía como escuela experimental. En ciertos  períodos se les consentía a los niños diariamente una o varias horas para el aprendizaje individual.

Pestalozzi deseaba una colaboración  intensa con los padres. Fueron invitados a exponer abiertamente su crítica. Todos los días llegaban visitantes a Yverdon y a cada uno se le daba enseguida acceso libre a todas las aulas. Pestalozzi mismo se ocupaba de cada visitante y se alegraba como un niño del gran interés que se mostraba por el trabajo pedagógico del Instituto. El maestro encargado de una clase tenía que orientar regularmente por escrito a los padres de cada alumno sobre el comportamiento y los progresos escolares. Con toda intención no existían calificaciones de rendimiento comparativas, es decir, notas o certificados de estudios, que empezaron a ponerse de moda en aquel tiempo y suelen ser habituales hoy día en las escuelas. Pestalozzi no quería que se comparasen  niños entre elllos; el rendimiento de un niño debía de ser medido exclusivamente con sus propias fuerzas y aptitudes.

Al mismo tiempo, las condiciones previas de los alumnos eran extremadamente diversas. A Pestalozzi le llevaban a Yverdon, junto a niños alta y normalmente dotados, tambíen subnormales, inadaptados y difíciles. La edad mínima de los alumnos era de 7 años. A quien tenía  más de 11, habitualmente ya no se le aceptaba. A los discípulos se les tenía hasta los 15 años, si no querían quedarse más tiempo en el Instituto para hacerse maestros.

Las excursiones a pie de los alumnos ocupaban un puesto importante en la vida del Instituto. No había vacaciones, pero las excursiones a pie a menudo duraban semanas y les llevaban a los alumnos a los Alpes y al extranjero circundante. Todas estas excursiones estaban al servicio de la observación directa y eran consideradas como parte de la enseñanza de la naturaleza y de la geografía. Antes de las salidas se solía leer descripciones de lugares y vajes, se estudiaban mapas y se hablaba sobre el equipo a llevar para la excursión. Aparte de esto, a menudo se solía salir también al aire libre para observar, describir o diseñar plantas, formas de paisaje, animales o piedras. Pestalozzi consideraba además de gran valor educativo los trabajos manuales y de jardín. Por ello, los alumnos aprendían también el uso de la sierra, del martillo y de la garlopa, maniobraban el torno, ayudaban en la casa, en la imprenta y en el taller de encuadernación del Instituto, temporalmente trabajaban en los talleres de los ebanistas, mecánicos, relojeros y torneros de Yverdon; tenían conejos y cuidaban sus propios macizos de huerta. El juego y el deporte formaban parte de la vida cotidiana en Yverdon: Se bañaban regularmente en el cercano lago y todos los alumnos aprendían a nadar. En invierno se construían castillos de nieve y, cuando el lago se helaba, todos iban a patinar.

En realidad se quería convivir en el Instituto de la forma más natural posible, como en una gran familia.  La mayor parte de los jóvenes maestros ayudantes (estudiantes seminaristas de 16 a 20 años) y de los maestros disfrutaban de una amplia libertad, al igual que los alumnos. No había prescripciones ni prohibiciones fijas, sino que el educador en cada acontecimiento tenía que tomar de nuevo una decisión adecuada al caso individual. En verano, los muchachos iban descalzos y no llevaban – contra la costumbre vigente – sombreros, sus vestidos no debían frenar los movimientos naturales. Eran medios educativos mal vistos incitar a la ambición, humillaciones, cólera, desconfianza y castigos físicos. Para realizar sus intenciones, los maestros debían basarse únicamente sobre su autoridad, su carisma y su fuerza persuasiva. Convivían constantemente con los alumnos, comían y dormían con ellos en los mismos espacios.

El mismo Pestalozzi ocupaba la posición de un padre y animador espiritual y con gusto se dejó llamar “padre Pestalozzi”. Se dedicaba mayormente a sus trabajos de escritor, supervisaba el trabajo pedagógico de los maestros, se hacía informar semanalmante sobre ciertos alumnos, recibía los innumerables visitantes y cada día dirigía unas palabras de exhortación a la comunidad de la casa. Los días festivos y feriados pronunciaba sus grandes discursos que representan una parte no insignificante de su obra escrita de estos años.

La abnegación personal de Pestalozzi y su presencia impresionante para todos los visitantes son testimoniadas en muchos casos por sus contemporáneos y colaboradores más cercanos. Pero donde hay luz, hay también sombras. Su personalidad era contradictoria, muchas veces abrumada. No tenía el don de llevar su casa con tranquilidad y control. Más de 15 de los en total 20 años de su estancia en Yverdon fueron oscurecidos por conflictos entre los maestros que lo envenenaban todo. Fueron resueltos en público con toda dureza en la prensa y ante los tribunales, lo cual perjudicó no sólo la alta estima del Instituto, sino que también llegó a arruinarlo al final. Una de las razones hay que buscarla, sin duda, en la falta de calidad organizadora y directiva de Pestalozzi. Así escribe, por ejemplo, Karl Justus Blochmann, que fue maestro en Yverdon de 1809 hasta 1816:

"Muchas veces, cuando miraba al inolvidable, cuando aun  era íntimo amigo de él, me parecía como un niño grande, con todas las maravillas de la naturaleza infantil, pero también con las debilidades e imperfecciones de la misma. La pureza y la inocencia, la fe y el amor, la ternura y la entrega del niño adornaban y ennoblecían su alma hasta la vejez, pero la serenidad y la reflexión, la cautela y la prudencia, el claro dominio sobre situaciones y personas que adornan al ser humano, le faltaban en gran medida. [...] A pesar de sus grandes ideales que abarcaban a la humanidad entera, no poseía capacidad ni habilidad para dirigir ni siquiera la escuela rural más pequeña."

Así pues, se convirtió en discusión permanente la cuestión de quién tenía que ostentar la dirección del Instituto de Pestalozzi para, más adelante, sucederle y por este asunto entraron en un conflicto irreconciliable dos de sus colaboradores: Joseph Schmid (1785–1851) y Johannes Niederer (1779–1843).

Schmid – de origen de Vorarlberg en Austria – era de proveniencia campesina y mostró muy pronto, siendo alumno de Pestalozzi en Burgdorf, un talento grande para la matemática, razón por la cual ascendió en breve a profesor de matemática. Su éxito sobresaliente en el campo de la enseñanza de la matemática le dió al Instituto por mucho tiempo la fama de que allí se formaban matemáticos, y Pestalozzi tenía que subrayar sin cesar que no era la educación de la cabeza, sino la educación ética, lo que estaba en el centro de su pedagogía. Schmid era un típico solitario, poseía una voluntad de hierro y tenía tendencia al despotismo. Por su forma de ser con frecuencia tosca y su falta de consideración era poco amado por los demás maestros. Sus calidades eran, sin embargo, un sentido muy acusado para la justicia y una visión clara de lo realizable. Prevenía siempre contra todo orgullo y exigía de todos los maestros el cumplimiento de  sus obligaciones puntualmente y a conciencia.

Niederer – no menos despótico – había cursado una formación de teólogo y entró al servicio de Pestalozzi después de haber trabajado ya como cura joven. Participaba activamente en los movimientos filosóficos de su tiempo y abrigaba la ambición de poner en concordancia la doctrina pedagógica de Pestalozzi con la filosofía idealista de su época. En Yverdon, se hizo muy pronto portavoz, filósofo del Instituto y “jefe de propaganda” de la casa. Como tal, abrió una imprenta propia del Instituto y emprendió una lucha literaria empedernida con los adversarios de Pestalozzi, mientras apenas encontraba tiempo para la enseñanza. Niederer intervino también en gran medida en varias obras de Pestalozzi y se autopercibía, como colaborador y compañero de lucha de Pestalozzi, intelectualmente muy superior a todos los demás.

En 1810 llegó a haber  la primera gran disputa entre los dos durante la reunión de los maestros, después de lo cual Schmid abandonó el Instituto con otros cuatro maestros. Niederer, sin embargo, que apenas se ocupaba de asuntos prácticos, se mostró incapaz de dirigir la institución sistemáticamente y de mantener las finanzas en orden. Así pues, se acercó de nuevo a Schmid, quien, mientras tanto, estaba reorganizando la enseñanza en una región de Austria, e incluso le invitó en 1814, cuandó se casó con la directora del Instituto para chicas de Pestalozzi, como padrino en la celebración de su boda. De esta manera, Schmid volvió en 1815 a Yverdon y logró enseguida una reforma necesaria y útil, pero muy drástica: Se detuvo la lucha literaria y se cerró la imprenta de la casa. Se introdujo una contabilidad muy seria, casi la mitad de los maestros fueron despedidos y al resto se le obligó a un trabajo mayor. Por la intervención falta de psicología, incluso sin consideración, Schmid se ganó la enemistad de casi todos los maestros y cuando, poco después, se murió la esposa de Pestalozzi, la lucha entre los maestros estalló abiertamente. Pestalozzi casi se desesperaba por la intransingencia de sus colaboradores, les suplicó que se reconciliaran para servir juntos a la buena causa – todo sin éxito. 16 maestros abandonaron el Instituto en 1816 y en Pentecostés de 1817 el drama llegó a su punto culminante, cuando Niederer, que como cura pronunciaba el sermón solemne en la iglesia del castillo, de repente interrumpió el sermón, se enfureció, le colmó de reproches a Pestalozzi y rompió con él en público.

¡Así estaba, así andaba, el querido, amado hombre! Un gorro negro, de lana o de terciopelo, torcido y lleno de polvo, una capucha gorda de pelo largo, sin forma ni bolsillo con dos grandes agujeros largos atrás; ninguna bufanda, normalmente ningún chaleco, siempre zapatos desgastados y medias colgantes, pantalones sin tirantes, el pañuelo, (si no se había perdido) guardado en el pecho.
J. Ramsauer 

:Tras el retiro de Niederer se trabó entre él y Pestalozzi una lucha enfurecida por reivindicaciones económicas. Pestalozzi le había regalado a él y a su mujer el Instituto para chicas y no se creía obligado a ulteriores pagos. Niederer le citó ante un tribunal por ello y no cedió ni siquiera cuando Pestalozzi le expidió un recibo por todo a lo que creía tener derecho. Pestalozzi le pidió la paz a Niederer una y otra vez. En una carta conmovedora del 1 de febrero de 1823 (PSB 113, pg. 16–18), le suplica reconciliación al matrimonio Niederer, pero Niederer siguió irreconciliable e insistió en una sentencia judicial. Ésta, por cierto, le dió en gran parte la razón a Pestalozzi, pero Niederer siguió luchando y no descansó hasta que Schmid, bajo reproches infundados fue desterrado del cantón de Vaud (Waadt) y, más adelante, también del cantón de Argovia (Aargau) (en cuyo territorio se encontraba el Neuhof) por orden de la autoridad. Schmid se fue a continuación a Paris, donde intentó realizar el ideario de Pestalozzi en un Instituto pedagógico propio.

El resultado literario del período de Yverdon es extremamente voluminoso, a pesar de los conflictos casi ininterrumpidos. En esta edición se tienen en cuenta extractos textuales de “Ansichten und Erfahrungen” (Opiniones y experiencias) y “An die Unschuld” (A la inocencia). De ulteriores escritos de estos años hay que mencionar sobre todo la tercera redacción de “Lienhard und Gertrud” (Lienhard y Gertrud), los escritos “Geist und Herz in der Methode” (Espiritu y corazón en el método) (1805) y “Über die Idee der Elementarbildung” (Sobre la idea de la formación elemental) (discurso de Lenzburg). De los numerosos discursos y pláticas tenidos por Pestalozzi en Yverdon, destaca sobre todo el discurso de cumpleaños de 1818.

En “Geist und Herz in der Methode” (Inteligencia y corazón en el método) (PSW 18, pg. 1–52) Pestalozzi empieza oponiéndose a juzgar su Instituto solamente por sus éxitos de enseñanza. Dice que lo no directamente medible era más importante: alegría, apego infantil y confianza hacia los maestros, educación para la obediencia y la autosuperación. Subraya que la educación no es un implante de conocimientos provocado desde fuera, sino que se basa en  estimular talentos y fuerzas. No les atribuye, sin embargo, el mismo valor a las capacidades de la cabeza y a las fuerzas del corazón para ser persona, porque la educación intelectual no es apta por sí misma para despertar aquellas fuerzas interiores que le llevan al hombre a sentir su dignidad interior y a reconocer la esencia divina que se encuentra en su naturaleza. Según Pestalozzi, éstas no se desarrollan por la fuerza del intelecto en el pensar, sino por la fuerza del corazón en el amar. Pestalozzi ve la ventaja en su método de educación que, al principio, designaba simplemente como “método”, más adelante como “idea de la educación elemental”, precisamente en el hecho de que pensar y amar van unidos: “Enseña al niño a amar en todo pensar y a pensar en todo amar.” (PSW 18, pg. 37)

Pestalozzi en Yverdon trabajaba al mismo tiempo en varios escritos. Mucho de ello ha sido revisado, copiado y retocado por los colaboradores, unido con otros escritos, preparado para una edición parcial o ediciones completas para más tarde, sin llegar a imprimirse, sin embargo, o sólo en parte. Esta suerte la corrió de manera muy especial el escrito: “Ansichten, Erfahrungen und Mittel zur Beförderung einer der Menschennatur angemessenen Erziehungsweise“ (breve: „Ansichten und Erfahrungen”) (Opiniones, experiencias y medios para el fomento de un método de educación adecuado a la naturaleza humana) (breve: Opiniones y experiencias) de 1806, del cual en vida de Pestalozzi llegaron a imprimirse solamente extractos. El texto disponible de la obra se basa en 20 manuscritos y es, en su versión publicada, también  una obra de Emanuel Dejungs, el editor de muchos años de la edición crítica completa. Como tantas veces, Pestalozzi empieza el texto con una retrospectiva sobre su vida, con lo cual relata al mismo tiempo el desarrollo de su carrera pedagógica. De nuevo explica el nacimiento y la idea fundamental de su método de una educación conforme a la naturaleza, en cuyo centro se halla la educación ético-religiosa sobre la base de la educación en familia. De acuerdo con ello, formula lo que hay que exigir a un experimento educativo y enumera los criterios para su apreciación. Es importante para él la comprobación de que su método en cada caso puede y tiene que ser adaptado a las diferentes condiciones sociales. También se ocupa de la cuestión de cómo puede reformarse el sistema educativo de un país y cuál es le importancia que tienen en ello una escuela experimental y personalidades particulares – maestros de escuela y políticos de mucha influencia.

En 1809 se fundó la “Gesellschaft der Schweizerischen Erziehungsfreunde“ (Asociación de los amigos suizos de la educación) y se elegió a Pestalozzi como primer presidente. Con ocasión del acto inaugural el 30 de agosto 1809, Pestalozzi pronunció un gran discurso, el llamado “Lenzburger Rede” (Discurso de Lenzburg) “Über die Idee der Elementarbildung” (Sobre la idea de la formación elemental) (PSW 22, pg. 1–324). Su colaborador Johannes Niederer refundió este discurso, lo complementó con muchos razonamientos propios y lo dió a imprimir en la forma resultante. Por esta vía, la dicción plástica y apasionada de Pestalozzi se ve interrumpida siempre de nuevo por un lenguaje filosófico que produce un efecto presuntuoso y que deja entrever la intención de Niederer de incorporar a la fuerza los pensamientos de Pestalozzi, que se basan en la experiencia, a la ideología de Schelling.

Desde el fracaso del Instituto para pobres en el Neuhof en el año 1780, Pestalozzi nunca había abandonado la esperanza de poder algún día, a pesar de todo, volver a actuar como padre de los pobres en su granja. Por ello resistió a todas las tentaciones de librarse de sus apuros económicos mediante la venta del Neuhof. Una reanimación planificada de su Instituto para pobres fracasó en 1807 por la falta de apoyo de parte del Gobierno. Diez años más tarde parecía cumplirse, por fin, el sueño de su vida: Tenía a la vista unos ingresos considerables por un contrato concluído en 1817 con la editorial Cotta respecto a la publicación de todos sus escritos. Pestalozzi pensaba emplearlos exclusivamente para proyectos pedagógicos. En el transcurso de su gran discurso con ocasión de su 72º cumpleaños, anunció una reapertura del Instituto para pobres en el Neuhof y prometió dedicar los 50’000 francos que esperaba al fomento de su método de enseñanza y de educación, a la formación de maestros, a la creación de escuelas-piloto y al trabajo permanente del “Mutter- oder Wohnstubenbuches” (Libro de la madre o de la habitación de estar). Las cosas, por cierto, una vez más no se desarrollaron en el sentido esperado. Su colaborador Schmid se opuso a una reanimación del Neuhof y en su lugar se abrió en Clindy, cerca de Yverdon, un Instituto para pobres, unido a una escuela industrial y a una escuela de magisterio. Ya al cabo de un año, este nuevo Instituto fue unido con la casa matriz en Yverdon y se hundió con ella en 1825. El dinero ya repartido no entró tampoco en la cantidad esperada, Pestalozzi recibió tan sólo en 1821 los primeros 10’000 francos. Por consideraciones familiares, en 1824 se vió finalmente forzado a declarar en publicó como fracasada su fundación y a revocarla. (PSW 27, pg. 111)

Con el discurso de Pestalozzi en ocasión de su 72º cumpleaños el 12 de enero 1818 (PSW 25, pg. 261–364, nos ha sido transmitida una de sus obras mas ricas y poderosas por su contenido. En la primera edición, la obra tiene 173 páginas y es especialmente interesante, porque se realizó sin la colaboración de Niederer. En esta obra, Pestalozzi aparece con su acostumbrada fogosidad, originalidad y libertad filosófica. Para la ilustración de regularidades y relaciones sociales, intelectuales y pedagógicas recurre con frecuencia a imágenes del ámbito vital orgánico. La comparación más impresionante del ser humano y la educación con la planta la encontramos al principio del discurso, donde Pestalozzi se sirve del crecimiento y el desarrollo del árbol como símbolo para el desenvolvimiento y la maduración del hombre:

"La imagen de la educación, la esencia sagrada de una educación mejor, está delante de mis ojos en la imagen de un árbol que ha sido plantado al lado de los arroyos. Mira, ¿qué es? ¿De dónde nace? ¿De dónde viene con sus raíces, con su tronco, con sus ramas, con su ramaje, con sus frutos? Mira, pones en la tierra una pepita pequeña. En ella está el espíritu del árbol. En él está la esencia del árbol. Es la semilla del árbol." (PSW 25, pg. 265)

Como la esencia del árbol físicamente se concentra en la semilla y físicamente se transforma  mediante el despliege regular a través de las fases de raíz, tallo, hoja, flor y fruto, sin cambiar o perder su esencia más íntima, de la misma manera Pestalozzi ve la esencia interior del ser humano, al principio fisicamente limitada por una envoltura sensitiva-animal, poco a poco desarrollarse hacia una existencia humana plena, es decir, hacia una vida sostenida por la fe y el amor. Así como un suelo fangoso, excesivamente abonado o desecado puede perjudicar el pleno desarrollo del árbol y un suelo bueno fomentar su crecimiento, sin poder, sin embargo, crear el árbol en su esencia, de la misma manera los entornos que el ser humano absorbe con su “fuerza de aspiración”, no lo crean, sino simplemente fomentan o frenan su autodesarrollo. Claro está, que Pestalozzi reconoce también los límites de esta imagen. El organismo humano, si bien es animal, no es un animal, “es el organismo en una envoltura sensitiva, en la cual reposa y vive un ser divino”. (PSW 25, pg. 268) Al contrario del árbol, que está expuesto a merced del viento y del temporal como también a la calidad del suelo bueno o malo, el hombre, en cambio, es libre. Él puede decidir si y hasta dónde quiere interiorizar las influencias a las que está expuesto. Ya hacía algunos años que el árbol creciente era para Pestalozzi el símbolo para describir de manera clara la influencia recíproca de la educación y de las disposiciones naturales. Nació aquí una de sus pocas, tal vez su única poesía digna de consideración desde el punto de vista literario:

Jung geschützt,
jung gestützt,
wachst er grad
vom Boden auf
dem Himel an.
Jung gedrückt,
jung gebükt,
wachst er krum
vom Himel ab
zum Boden hin.

Jung gezogen,
alt verbogen,
ist so wahr
als jung gebogen,
wohl gezogen.
Jung verzogen,
alt verkrüppelt,
ist mehr wahr
als jung gebogen,
wohl gezogen.

Jung geschützt,
jung gestützt,
wachst er grad
vom Boden auf
zum Himel an.

Jung gedrükt,
jung gebükt,
wachst er krum
vom Himel ab
zum Boden hin.
De joven protegido,
de joven sostenido,
crece derecho
desde el suelo
hacia el cielo.
De joven presionado,
de joven agachado,
crece encorvado
desde el cielo
hacia el suelo.

De joven cultivado,
de viejo encorvado,
es tan verdad
como de joven doblado,
bien cultivado.
De joven malcriado,
de viejo deformado,
es más verdad
que de joven doblado,
bien criado.

De joven protegido,
de joven sostenido,
crece derecho
desde el suelo
hacia el cielo.

De joven presionado,
de joven agachado,
crece torcido
desde el cielo
hacia el suelo.

En lo que sigue de su discurso, Pestalozzi toca una de sus ideas preferidas, es decir, la mejora de la educación en cada una de las familias con la ayuda de un libro que les da a los padres – de modo especial a las madres – instrucciones para la formación y la educación de sus hijos. Siempre se imaginaba que la enseñanza elemental podría ponerse de nuevo en la habitación de estar de los hogares y, con ello, en manos de las madres, una vez que un número suficiente de personas hubiesen llegado a conocer el método correcto de enseñanza y de educación correcto. Ya en 1803 apareció el “Buch der Mütter oder Anleitung für Mütter, ihre Kinder bemerken und reden zu lehren” (Libro de las madres o instrucción de madres para enseñar a sus hijos a observar y hablar) (PSW 15, pg. 341–424), en gran parte refundido por su colaborador Hermann Krüsi. Fiel a su principio, de que la observación directa era el fundamento absoluto del conocimiento y que, por tanto, todos los conocimientos tenían que engendrarse en el punto de referencia de la observación del mismo ser humano que está en el proceso de adquisición del conocimiento, en este libro les hizo hacer a las madres ejercicios con su hijos de observación y denominación del propio cuerpo y de sus posibles actividades. Pero ya entonces consideraba su obra tan sólo como un primer intento que necesitaba un desarrollo ulterior. Como lo demuestra el presente discurso, Pestalozzi, incluso en 1818, soñaba todavía con un libro popular, que daría a todos los padres y a todas las madres instrucción para la educación correcta de sus hijos, es más, lo consideraba tan importante, que incluso destinó una parte de su fundación para la elaboración permanente de este proyecto. Como trabajo preparatorio para tal obra pueden considerarse las “Briefe an Greaves über die Entwicklung des kindlichen Geisteslebens” (Cartas a Greaves sobre el desarrollo de la vida del espíritu infantil), escritas en 1818/19, que no se conservan en su original, sino tan sólo en una traducción inglesa.